miércoles, 28 de mayo de 2008

Amapolas en la nieve – Capítulo 2

Me preguntaba por qué lo había hecho. Precisamente hoy, precisamente ahora. Tan inoportuno, tan inesperado,… ¿Cómo esperaba que reaccionara? Que se marchara a toda velocidad tal vez fuera la reacción más positiva que pude haber esperado. No sé en qué pensé, o mejor dicho, no sé por qué no pensé. Había tenido tanto cuidado antes… para echarlo todo a perder ahora.

Sin embargo, el miedo atenazaba mi corazón en aquellos instantes, de pie, inmóvil entre las amapolas del Parque del Ateneo. Estaba convencido que debido a mi estupidez le habría perdido para siempre, jamás volverían los tiempos que pasamos como grandes amigos que éramos. Mi cabeza hervía de ideas para poder enmendarlo, desde retroceder en el tiempo (algo harto improbable), hasta suplicar su perdón. Me arrastraría por donde fuera necesario con tal de que me volviera a mirar a la cara con aquella sonrisa que le hacía tan especial.

Pero mientras el corría como una gacela asustada, yo me quedé paralizado al igual que una estatua viviente. Mis lágrimas comenzaron a brotar por mi rostro, azotado por el frío viento que traía el aroma de la profusa vegetación de aquel parque. Las amapolas se mecían al igual que lo hacía mi cuerpo, hasta que finalmente acabé por perder el equilibrio y caer entre ellas, dolido y herido por un puñal que yo mismo había clavado entre los dos.

Recuerdo que en esos momentos se alternaban además felices pasajes de nuestras risas y nuestros juegos, las largas conversaciones y los íntimos secretos. Sin embargo, era tarde, muy tarde para eso, pues lo había apostado todo, inconscientemente, a una carta muy arriesgada y lo había perdido. Me sentía enfurecido conmigo mismo y mis actos, impulsivos e irreflexivos, que no habían conseguido otra cosa que abrir las puertas del vacío, la soledad y la desesperación

El sol ya se había escondido entre los sauces cuando la nieve empezó lentamente a caer sobre mí. Pero no me importaba en absoluto. Sólo deseaba que todo aquello hubiera sido una simple pesadilla y que a la mañana siguiente la noria de nuestras vidas girara de nuevo en el sentido habitual. Mi acuosa mirada se encontró perdida en el horizonte, mientras aquellas flamígeras amapolas se volvían de helado cristal.