jueves, 12 de junio de 2008

Marioneta

Era un día gélido. El humo de las calderas de los agolpados edificios salía en espirales blanquecinas desde los más inhóspitos rincones en un ascenso fútil e interminable hacia el encapotado cielo que cubría la bulliciosa ciudad. Las calles estaban abarrotadas, como de costumbre, plagadas por miles de personas fustigadas sin descanso por la prisa y el dinero, trazando trayectorias entrecruzadas a ninguna parte.

Él era el único que no se movía. Parecía una estatua clavada en medio de aquel inútil caos, mirando al vacío. Por supuesto, era totalmente ignorado por el resto de cucarachas pestilentes que pululaban las sucias calles de la intoxicada urbe, sólo era un loco más carente de importancia. Ni siquiera su piel desnuda ante el frío cortante podía ser merecedora de pertenecer a su mundo. Él sólo era decorativo, parte del fondo.

Él sólo estaba allí, paralizado, observando a la nada. A pesar del incesante ruido, del continuo movimiento, él simplemente estaba allí, estático y ausente. Él sólo sentía. Sentía su pausada respiración, sólo rota por el hielo que flotaba en el ambiente, los latidos regulares de su corazón y el intenso frío en la piel descubierta. Pero no le importaba ni le preocupaba, solamente sentía.

Había llegado el momento. Se había cansado de aquel venenoso gueto que nada tenía que aportar, que nada le podía ofrecer a su persona. Se había cansado de ir mendigando ilusiones y fantasías que en realidad no eran otra cosa que la invención de unos pocos para poder sobrellevar aquella farsa de vida. Se había dado cuenta de la realidad de su condición y que no existía nada ni nadie que pudiera cambiarla, pues él era una cucaracha de entre tantas otras, insignificante y prescindible.

Así, prefería dejarse arrastrar en aquello que llamaban naturaleza, aquel helor penetrante que era lo único que realmente podía hacerle sentir vivo, pues era lo único real. Y puesto que a nadie importaba ni importaría, abandonaría por fin aquella estúpida farsa y se perdería en él. Se dejaría llevar hasta ser uno con él y desaparecer por siempre. Se rendiría al flujo natural de las cosas, ese del que las insulsas cucarachas hemos intentado escapar, y decidiría por fin su destino. Olvidaría los sueños sin sentido y se ocultaría en el vacío, hasta que le llegara el ansiado fin a su trágica existencia como una triste y sola marioneta.

Dedicado a todos aquellos que se hayen perdidos, para que encuentren su propio camino en la cruda sociedad.