martes, 3 de junio de 2008

Despertar a un sueño

No sé bien cuando el sueño dejó de ser sueño y fui entrando en la realidad, pero poco a poco fui siendo consciente de que me había despertado. Durante unos minutos permanecí inmóvil y con los ojos cerrados, tomando conciencia de mi cuerpo tumbado en la cama, de la postura de mis brazos y mis piernas. Sabía que el sol entraba a raudales por la ventana y que una fina brisa me acariciaba la piel, únicamente cubierta por una blanca sábana.

Entonces sonreí, cuando llegó a mi el pausado rítmico vaivén de su respiración y el tenue flujo de calor que provenía de su ser. Decidí entonces disfrutar de ese pacífico momento, simplemente escuchando mi propia respiración, místicamente acompasada con la suya. Mi piel era capaz de sentir el calor que proporcionaba el aire que espiraba en cada ocasión y que se entremezclaba con el mío propio, creando un extraño intercambio que parecía unirnos todavía más.

Fue en aquellos momentos cuando decidí por fin abrir mis ojos y allí estaba él. No tengo palabras para describirle, de nada serviría decir el color de su cabello o el tinte de su piel. Él es mucho más que eso, muchísimo más. Es un misterioso modo de sonreír, una mirada que habla por si sola; es una emoción que me revuelve por dentro, es la alternancia entre el nerviosismo y la tranquilidad, la ternura y la crueldad,… Es tantas cosas que no existen términos que puedan ajustársele y cualquier cosa que pudiera decir de él sabría a tan poco, que sería como insultarle.

Tímidamente fui moviendo mis dedos y sacándolos de debajo de la blanquecina sábana para acercarlos lentamente hacia su rostro. Me detuve a escasos milímetros de su piel, dejando fluir mi propio candor y recibiendo el suyo en igual medida. Disfruté de aquella maravillosa sensación mientras mi mirada se enternecía al contemplarle plácidamente dormido. Y antes de que llegara siquiera a rozarle, retiré mi mano, casi temeroso de que al tocarle desapareciera.

Cerré mis ojos y pausadamente fui acercando mi cuerpo al suyo, hasta dejar de sentirle cerca de mí y empezar a sentirle en mí. Me acurruqué en su pecho sintiendo plenamente que mi ser dejaba de existir y se fundía con el suyo, formando uno nuevo de los dos. Y mientras él seguía dormido, acerqué mis labios a los suyos y le besé suavemente como la primera vez que sus labios y los míos se encontraron hacía ya mucho tiempo.

Tras deleitarme unos segundos en el húmedo roce de nuestras almas, me separé de él para acercarme íntimamente a su oído y susurrarle un sinuoso “te quiero”. En ese instante ambos sonreímos dulcemente, al mismo tiempo. Sin abrir sus ojos, acomodó sus brazos para acogerme entre ellos a la vez que respondía con un “y yo a ti”. Y casi imperceptiblemente los dos fuimos cayendo en las brumas del sueño; no el suyo ni tampoco el mío, sino el nuestro.

Dedicado a los que todavía creen que un corazón puede albergar a dos almas entrelazadas.