domingo, 6 de julio de 2008

Amapolas en la nieve - Capítulo 3

Recuerdo que hacía mucho frío. Ya había pasado mucho tiempo desde que comenzara a nevar, pero yo seguía deambulando por callejuelas estrechas que me eran desconocidas. Mis pies estaban ya muy cansados, así que inconscientemente me paré en seco y me dirigí al rincón más cercano que encontré, dónde me acurruqué sobre mi mismo. Y entonces, simplemente empecé a llorar.

Mientras las lágrimas caían sin cesar, a mi mente venía el momento que había desencadenado todo aquello. Nada tenía porque haber sucedido, todo se había desarrollado como cada tarde, como siempre. Nos encontramos en el Parque del Ateneo, en el jardín de las amapolas, a la hora habitual, para pasar la tarde juntos. Pero nada más llegar, supe que había algo extraño en él, algo que le perturbaba por dentro; después de tantos años juntos, le conocía mejor que a mí mismo al igual que le pasaba a él conmigo.

Intenté persuadirle de que me contara qué era aquello que le preocupaba, en vano. Era extraño, solía confiar en mí a menos que se tratara de algo realmente grave, por lo que me preocupé más todavía. Sin embargo, intenté fingir que no pasaba nada, sin darle importancia, esperando que llegara el momento en que lo soltara por si sólo. Pero me resultó muy difícil porque él se hallaba perdido en sus pensamientos, mirándome extrañamente cuando creía que no me daba cuenta. Y antes de que pudiera hacer o decir nada, todo sobrevino.

De repente, él estaba demasiado cerca de mí y había clavado su mirada en la mía. Sus labios se aproximaron a los míos y durante unos tímidos segundos, sentí su húmedo roce. Me había quedado completamente paralizado, pero tras ser consciente de lo que acababa de suceder, un torrente de confusas emociones había caído sobre mí. Y entonces él, manteniendo todavía su intimidante mirada, me confesó que me quería.

Al igual que no sabía por qué estaba llorando en aquellos momentos, en aquel callejón oscuro bajo la tenue luz de una vieja farola, no sé por qué salí corriendo sin rumbo fijo, sin mirar atrás, huyendo de mi mejor amigo. Estaba muy confundido, perdido e impactado, pues las emociones que había sentido en aquel instante habían sido tan contradictorias que mi mente no era capaz de comprenderlas. Sin embargo, mientras las lágrimas, agotadas, dejaban de fluir, y el frío se iba colando lentamente en mis huesos, poco a poco fui desentrañando la telaraña de mis sentimientos…