Aquella era una noche negra, tanto como el universo infinito. Los encharcados callejones de aquella ciudad de altos edificios parecían reposar tras la intensa lluvia de varios días sin descanso. La luz de las farolas se aparecía mortecina cual fuegos fatuos intentando penetrar la densa tiniebla en una suerte de claroscuros. La blanquecina niebla de origen desconocido se extendía por aquellas calzadas desiertas como una voraz conquistadora en busca de incautos a los que tragar. Se revolvió inquieta al encontrar por fin una victima en la penumbra.
Una figura oscura surgió de entre los caprichosos y revoltosos bucles de la niebla que todo lo cubría, chapoteando delicadamente sobre las oscuras calles de la ciudad. Su paso era pausado, no parecía tener prisa alguna, de hecho, no parecía llevar ningún rumbo fijo. Se trataba de una de aquellas almas perdidas, perdidas en más de un sentido, que vagan por el mundo sin saber bien a dónde dirigirse. Su caminar le acercaba a veces hacia una de las tenues farolas; en otras ocasiones le hacía girar una repentina esquina. Tal vez buscara algo; probablemente dentro de sí mismo. Sin embargo, tal y como él giraba en ocasiones, la vida puede hacerlo también en otras… y él no lo sabía, pero aquella sería una de sus grandes espirales.
De entre la bruma y la penumbra emergió una segunda figura que caminaba cansada y distraída; curiosamente, se trataba de otra alma perdida. Su deambular indefinido pareció misteriosamente dirigido a encontrarse con aquella otra persona perdida, en un desvío abrupto de su discurrir. De pronto, ambos se encontraron cara a cara a la luz de una única farola reflejada en el agua y, de alguna manera, sus tiempos se detuvieron.
Ninguno de los dos era capaz de entender qué era lo que le impedía apartar la mirada de los ojos del otro. Ninguno de los dos comprendía por qué la calle había dejado de ser oscura de un instante al otro para tornarse de un blanco luminoso. Ninguno de los dos acertaba a pensar qué tipo de fuerza cósmica era la que recorría sus cuerpos en aquellos instantes; la que dotó de sentido de repente a sus pasados, presentes y futuros; la que, de alguna manera, les había unido durante aquel segundo, y para siempre.
Tan rápido como vino, se marchó. Sus pies volvieron a sentir el contacto del frío y húmedo asfalto; su piel la mortecina luz de aquella farola olvidada; sus pulmones, el aire perdido; sus venas, la sangre detenida. Como autómatas, continuaron caminando hacia un encuentro que no se produciría, sin ser capaces de apartar sus miradas, hasta que finalmente se cruzaron como dos extraños en la noche y pasaron de largo el uno del otro.
Sin embargo, algo en ellos había cambiado… La oscuridad de la noche era ahora menos oscura; la densidad de la niebla había descendido también; la luz de aquella farola que lo había presenciado todo, era más brillante que nunca. Al ser conscientes de ello, se detuvieron repentinamente. De alguna manera, lo más importante de sus vidas acababa de suceder y no podían dejarlo correr. Sin remedio, se giraron lentamente en busca del otro, para comprobar como aquel encuentro de miradas se volvía a producir. Y es que, tras tanto tiempo perdidos, no podían dejar que se esfumara la persona con la que el destino, de una u otra manera, les había conectado por la eternidad.
Una figura oscura surgió de entre los caprichosos y revoltosos bucles de la niebla que todo lo cubría, chapoteando delicadamente sobre las oscuras calles de la ciudad. Su paso era pausado, no parecía tener prisa alguna, de hecho, no parecía llevar ningún rumbo fijo. Se trataba de una de aquellas almas perdidas, perdidas en más de un sentido, que vagan por el mundo sin saber bien a dónde dirigirse. Su caminar le acercaba a veces hacia una de las tenues farolas; en otras ocasiones le hacía girar una repentina esquina. Tal vez buscara algo; probablemente dentro de sí mismo. Sin embargo, tal y como él giraba en ocasiones, la vida puede hacerlo también en otras… y él no lo sabía, pero aquella sería una de sus grandes espirales.
De entre la bruma y la penumbra emergió una segunda figura que caminaba cansada y distraída; curiosamente, se trataba de otra alma perdida. Su deambular indefinido pareció misteriosamente dirigido a encontrarse con aquella otra persona perdida, en un desvío abrupto de su discurrir. De pronto, ambos se encontraron cara a cara a la luz de una única farola reflejada en el agua y, de alguna manera, sus tiempos se detuvieron.
Ninguno de los dos era capaz de entender qué era lo que le impedía apartar la mirada de los ojos del otro. Ninguno de los dos comprendía por qué la calle había dejado de ser oscura de un instante al otro para tornarse de un blanco luminoso. Ninguno de los dos acertaba a pensar qué tipo de fuerza cósmica era la que recorría sus cuerpos en aquellos instantes; la que dotó de sentido de repente a sus pasados, presentes y futuros; la que, de alguna manera, les había unido durante aquel segundo, y para siempre.
Tan rápido como vino, se marchó. Sus pies volvieron a sentir el contacto del frío y húmedo asfalto; su piel la mortecina luz de aquella farola olvidada; sus pulmones, el aire perdido; sus venas, la sangre detenida. Como autómatas, continuaron caminando hacia un encuentro que no se produciría, sin ser capaces de apartar sus miradas, hasta que finalmente se cruzaron como dos extraños en la noche y pasaron de largo el uno del otro.
Sin embargo, algo en ellos había cambiado… La oscuridad de la noche era ahora menos oscura; la densidad de la niebla había descendido también; la luz de aquella farola que lo había presenciado todo, era más brillante que nunca. Al ser conscientes de ello, se detuvieron repentinamente. De alguna manera, lo más importante de sus vidas acababa de suceder y no podían dejarlo correr. Sin remedio, se giraron lentamente en busca del otro, para comprobar como aquel encuentro de miradas se volvía a producir. Y es que, tras tanto tiempo perdidos, no podían dejar que se esfumara la persona con la que el destino, de una u otra manera, les había conectado por la eternidad.
Inspirado en la canción "Home" de Will Young