martes, 15 de mayo de 2012

La Bella y la Bestia




         Erase una vez, hace mucho, mucho tiempo, una noche de tormenta en un frio invierno en un bosque del interior de Francia. La lluvia arreciaba poderosamente contra los muros y los ventanales de un castillo señorial que se alzaba en su linde, al borde un escarpado acantilado. Una anciana mendiga se desplazaba, desvalida, por el puente de piedra salpicado de gárgolas que daba a las puertas del castillo, para finalmente tocar a su puerta con tronar parecido al del aguacero que la precedía.
Fue un joven y apuesto príncipe el que abrió el gran portón, asqueado ante la presencia de la anciana. La pobre mujer, temblorosa, pidió asilo para pasar la noche a cambio de una esplendorosa rosa roja que, delicadamente, sacó de entre sus mugrientos ropajes. El arrogante príncipe se negó rotundamente a darle paso, escandalizado por la fealdad de la anciana, la cual insistió aduciendo que no se dejara llevar por las apariencias, pues la belleza se encuentra en el interior. El príncipe se negó una segunda vez y entonces la anciana se transformó en una bellísima hechicera.
Consciente de la nueva situación, el príncipe intentó disculparse pero ya era tarde para él: la hechicera había comprobado que en su corazón no había amor. Y por tanto, decidió usar sus poderes para maldecirle a él, a su castillo y a todos los que en él vivían. La tormenta arreció alrededor del castillo, lo cubrió en sombra y rodeo el cuerpo del príncipe, que se transformó en el de una horrible bestia de rasgos deformados, sin dejar rastro de su antigua beldad. Sin embargo, había una única esperanza para él de romper el hechizo: si antes de cumplir los 21 años era capaz de encontrar a alguien a quien amar, el hechizo se rompería. En caso contrario, permanecería así, como una bestia, para siempre.
Antes de marcharse y dejar al príncipe en su dolor, la hechicera le ofreció la rosa igualmente. Le dijo que se trataba de una rosa encantada que se mantendría fresca hasta el momento en que se acercara el tiempo límite de la maldición, de manera que cuando cayera el último pétalo ésta ya no tendría remedio. Además, tuvo un último regalo de despedida para él, un espejo mágico de plata que podía utilizar como ventana al mundo exterior. Después, la hechicera se marchó y la tormenta se fue con ella, pero la oscuridad y los gritos desgarrados de la Bestia no abandonaron el castillo.
***
En una pequeña aldea del sur de Francia vivía la joven Bella, hija de un inventor con fama de chiflado que seguía intentando encontrar el invento capaz de sacarle a él y a su hija de la pobreza en la que vivían. Sin embargo, Bella era una chica feliz, a pesar de que su extrema afición por la lectura no fuera bien vista entre las gentes de la aldea. Era consciente de lo que se contaba de ella, que era tan excéntrica como su padre y que una mujer con hábito de lectura no podía ser buena idea. Pero a ella no le importaba en absoluto, porque el mundo que se le había abierto a través de los libros no lo había encontrado en ningún otro lugar de la villa. Bella era ella misma, con todas sus consecuencias.
Un buen día, el padre de Bella terminó por fin el invento que llevaba tanto tiempo construyendo, una cortadora de leña a vapor cuyo aporte más relevante era que cortaba troncos y no cabezas en el proceso; sin explosiones ni nada. El anciano estaba extasiado con su éxito, de manera que ensilló a su caballo y preparó la carreta con el invento para marchar a un pueblo cercano donde se celebraba una feria. Allí podría mostrar su invento al mundo y dar un giro al destino de su vida y la de su hija. Por tanto, sin más dilación, inició su periplo camino del pueblo vecino. Por el contrario, Bella se quedaría en casa para cuidar de sus animales, así que se despidió de su padre con cariño cuando éste se alejaba ya por el camino del bosque.
El bosque puede ser muy traicionero, como bien pronto el anciano padre de Bella comprobó. Tras algunas horas de trayecto, todos los árboles parecían iguales y todos los cruces de caminos parecían los mismos, de manera que mientras la noche empezaba a caer, él seguía en el camino sin haber llegado a su destino. Asustado, intentó reorientar a su caballo, pero entonces oyó el aullido de una famélica manada de lobos que parecía haber encontrado su cena.
Los depredadores iniciaron una agotadora persecución en pos del padre de Bella entre los árboles, saliendo de cualquier sitio sin previo aviso y lanzándose con sus dientes afilados contra las patas del aterrado caballo. Finalmente, la persecución acabó frente a las verjas de hierro de un poderoso castillo que se alzaba en un acantilado en el linde del bosque, un castillo que el padre de Bella desconocía. Sin perder el tiempo, el hombre hizo todo lo posible por ponerse a salvo de los lobos pudiendo escapar finalmente, pero desconociendo lo que le esperaba a continuación.
El anciano cruzó el puente de piedra que daba paso a los portones de aquel imponente castillo y comprobó, gratamente, que un ligero empujón le permitió penetrar en su oscuro interior. La única luz que encontró fue la de un candelabro situado junto a un viejo reloj en una mesa del recibidor, y por mucho que preguntó si había alguien allí nadie respondió. Cual fue la sorpresa del viejo inventor cuando, finalmente, recibió respuesta del candelabro que sujetaba con sus manos.
El candelabro fue sorprendentemente servicial con el padre de Bella. Le ofreció todo tipo de comodidades a los que el anciano no estaba acostumbrado, desde calentarse frente a la chimenea a tomar el té con pastas, mientras a su alrededor se desplegaba todo un servicio constituido a partir de objetos capaces de moverse, hablar e incluso, le parecía a él, vivir. Sin embargo, pronto la atmósfera se oscureció cuando los gruñidos guturales de una horrible bestia interrumpieron su descanso.
La Bestia se presentó como el señor del castillo y el pobre anciano se aterrorizó ante su tamaño, su aspecto y su profunda y agresiva voz. La Bestia cogió al anciano como un guiñapo, violentamente, mientras le informaba que se convertía automáticamente en su prisionero consecuencia de haber invadido su propiedad sin su consentimiento. Por mucho que el viejo inventor intentó explicarle lo que le había sucedido en el bosque, la Bestia no le dejó hacerlo, sino que le arrastró sin miramientos a una fría celda en un torreón del castillo. Los objetos encantados observaron, impotentes, como su amo encerraba al único visitante que habían tenido en los últimos diez años.
***
 Cuando el caballo cruzó el linde del bosque a toda velocidad, arrastrando todavía la carreta con el invento de su padre, Bella supo que algo malo había ocurrido. Rápidamente, a pesar de que ya era noche cerrada, desenganchó al caballo y lo llevó al galope en dirección al bosque en busca de su padre. Fueron varias las horas de angustiosa búsqueda sin encontrar ni el más leve rastro de él, simplemente siguiendo las huellas dejadas por el carro anteriormente. Casi por casualidad, Bella llegó a la verja de hierro que daba entrada al castillo y su asombro ante tal descubrimiento en la región que creía conocer la dejó anonadada.
Sin perder tiempo, Bella se internó en el castillo buscando a alguien que pudiera decirle algo, como por ejemplo si su padre se había guarecido en aquel lugar para pasar la noche. Entonces, Bella escuchó algunos ruidos que al tiempo le parecieron y no le parecieron los pasos de alguien subiendo por una empinada escalera lateral. Siguiendo los sonidos, y posteriormente las luces que observó, Bella llegó hasta unos calabozos oscuros en la parte superior de una torre y allí, a la luz de una trémula antorcha, encontró a su padre encarcelado.
El reencuentro entre padre e hija fue breve, pues las incoherencias del anciano fueron pronto interrumpidas por una voz retumbante que preguntó acerca de la presencia de Bella. De entre las sombras, la joven pudo observar una criatura que no parecía humana que decía haber tomado a su padre como prisionero pues se había colado en su castillo sin su consentimiento. Bella intentó razonar con él, explicándole que su padre era un anciano que se había perdido en el bosque y que podía enfermar, pero la Bestia desestimaba bruscamente todas sus palabras.
El miedo atenazaba a Bella, pero aún así tomó una arriesgada decisión. Su amor por su padre era tal, que propuso a la Bestia quedarse ella como rehén a cambio de su padre, siempre que ella pudiera verle antes a la luz de la antorcha. La joven tuvo que reprimir un grito de terror al observar el desagradable aspecto de la Bestia, que aceptó el trato inmediatamente sin darle tiempo a pensar. Antes de que pudiera siquiera reaccionar, la Bestia se llevó a su padre y ella se quedó sola en la celda que antes él ocupaba, llorando desconsoladamente.
***
La Bestia acomodó a Bella en una habitación lujosa, con una cama mullida, un balcón que daba a los jardines del castillo, un armario lleno de vestidos preciosos y carísimos, pero nada de ello pudo mejorar el ánimo de la joven. Había perdido a su padre y también su libertad al mismo tiempo, así que la invitación a cenar por parte de la Bestia no mejoró en absoluto su humor. Bella se negó rotundamente a cenar con él, a pesar de los gritos y la violencia con la que se lo exigió en la puerta de su nuevo cuarto. Sin embargo, ella no se dejó amilanar y mantuvo firme su respuesta a pesar de las lágrimas y el miedo. Sería su prisionera, pero todavía tenía voluntad propia.



Por otro lado, cuando Bestia se quedó solo aquella noche, utilizó su espejo mágico para espiar a la joven que ahora vivía en su castillo. No entendía bien que pasaba en su interior, pero un torrente de emociones le recorría todo el cuerpo desde que la vio por vez primera. Había una fuerza en ella que le atraía: cómo le enfrentó sin miedo, como había sido capaz de todo por otra persona, algo que él no comprendía bien. Y al mismo tiempo estaba furioso hasta límites insospechados: ¡se había negado a cenar con él! Y eso le ponía triste, desesperado, hundido. Su desprecio le recordaba que nadie jamás podría ir más allá de su fealdad, más allá de su horroroso aspecto reflejo de su despreciable interior. Él no lo merecía, la hechicera ya se lo había dejado claro en su momento.
¿Acaso había algo que pudiera hacer para cambiar la situación? Bestia no sentía que lo hubiera. Aquella era la dinámica de su vida, viviendo en soledad pues su sola presencia causaba asco, miedo o ira a los demás. Aún así, a pesar de lo rendido que se encontraba, intentó idear la manera en cómo podría acercarse a Bella, sin destruirla como hacía con todo lo que tocaba. Por tanto, pese a todo, intentó plantearse con sumo cuidado qué podía hacer sólo para conseguir que ella le tolerara y, en su espionaje, descubrió la afición de Bella por los libros y decidió mostrarle la biblioteca cuando llegara el momento oportuno. Las dudas y el dolor atenazaban su corazón, pero una débil esperanza se resistía a morir en él.
***
Bella siempre había sido una chica muy inquieta, y cuando sus tripas empezaron a rugir horas más tarde, decidió que intentaría buscar las cocinas del castillo por su cuenta. Cuidadosamente se deslizó entre pasillos repletos de estatuas horripilantes y gracias a los sirvientes del castillo pudo saciar su hambre; pero no su curiosidad. Todas las novelas que había leído parecían indicar que aquel lugar, a todas luces, era un castillo embrujado, ¡pues la servidumbre eran objetos encantados! ¿Cómo ir a dormir en este lugar cuando había tantas dependencias por explorar?
Los pasos de Bella la llevaron al Ala Oeste del castillo, la zona que la Bestia le había prohibido explícitamente nada más convertirse en su invitada forzosa.  Saber lo que la Bestia ocultaba en esas dependencias era más fuerte que el sentido de prudencia, así que, atrevida, exploró las habitaciones de esta zona del castillo. Cuál fue su sorpresa al encontrar muebles destrozados y llenos de polvo, en contraposición a la pulcritud reinante en el resto de estancias que había visitado. Retratos desgarrados, gárgolas destrozadas, espejos resquebrajados... hasta que vio aquella rosa.
Se trataba de una rosa roja preciosa, suspendida dentro de una cúpula de prístino cristal sobre una pequeña mesa redonda, que emitía un suave fulgor rojizo que pulsaba suavemente al ritmo del corazón de Bella. Algunos pétalos de la rosa habían caído sobre la mesa, pero habían sido dejados allí en su posición original. Embelesada, no vio que una sombra se cernía sobre ella cuando Bestia surgió desde un rincón del cuarto y estalló en un agresivo grito aterrador, exigiendo saber de la presencia de ella en sus dependencias privadas.

Bella se asustó tanto que salió huyendo a toda velocidad, y sin pararse a pensarlo en absoluto, montó a caballo en dirección al bosque al tiempo que daba comienzo una nevada repentina. Bestia salió en pos de ella, utilizando sus poderosas garras para correr entre la nieve intentando alcanzar la galopada desesperada de Bella. Un miedo atroz se apoderó de su ser cuando, al llegar a un pequeño claro, la vio enarbolando una rama de madera contra toda una manada de lobos que la perseguía. Bestia no dudó en lanzarse en su defensa, únicamente pensando en clavar sus garras y dientes en los atacantes de la joven, de manera que aunque consiguió hacerles huir, recibió varias heridas que le hicieron perder el conocimiento.
***
Cuando Bestia despertó, no podía salir de su asombro, pues Bella estaba atendiendo diligentemente sus heridas en la comodidad del castillo. La tensión entre ellos era evidente, consecuencia de los últimos acontecimientos, pero tras unos cuantos gritos en los cuáles Bella no tuvo nada que envidiar a Bestia, la discusión acabó en un “Gracias por salvarme la vida” inesperado, que colmó de amor el corazón de Bestia. ¿Podría acaso cambiar y tener su oportunidad? ¿Podría acercarse a ella sin espantarla, pese a todo?
Bestia pensó que era un ahora o nunca: era el momento de mostrarle la biblioteca a Bella y así lo hizo. En primer lugar, procuró arreglarse adecuadamente, como en los tiempos en que todavía era humano, así como estrujarse la mente en normas de cortesía y etiqueta largo tiempo olvidadas. Luego, consiguió convencer a Bella de que le acompañara con los ojos cerrados a la biblioteca, para descubrirla ante sus preciosos ojos una vez todos los ventanales estuvieran radiantes de luz  del nuevo día.
La reacción no se hizo esperar, y todo volumen era motivo de placer para Bella, algo que él no entendía pues confesó apenas saber leer. Bella, olvidados todos sus temores ante Bestia, se ofreció a enseñarle a leer con deleite y paciencia, de manera que a partir de aquel día fueron muchos los ratos que pasaron en la biblioteca, leyendo “El Rey Arturo” y “Romeo y Julieta”. Los recelos, los miedos y las dudas fueron poco a poco disipándose entre aventuras, risas y conversaciones entre ellos, ante la atenta mirada de los sirvientes del castillo y de los pétalos de la rosa cayendo poco a poco.
Así, fue cuestión de tiempo que ambos empezaran a compartir mucho más que la lectura en el día a día. Intercambiaban conversaciones corteses en todas las comidas, paseaban juntos entre los setos del jardín, jugaban en la nieve y bailaban juntos al son del piano. Bestia no podía creer lo que estaba sucediendo, pero allí estaba, y por primera vez en muchos años se estaba dedicando, simplemente, a vivir. Aquello era felicidad para él, pues estaba perdidamente enamorado.
***



Bella también era feliz. Si el primer día que pasó en el castillo de Bestia alguien le hubiera dicho que sería feliz leyendo novelas con él y disfrutando de su compañía, le habría tomado por loco. Sin embargo, así eran las cosas. Bella había descubierto que Bestia era mucho más que un ser monstruosamente peludo, con garras y dientes afilados y con ataques de ira repentinos, sino una persona dulce e ingenua, incluso cariñosa y atenta más allá de cualquier expectativa.
Pero había algo que le preocupaba: el padre al que había liberado como condición para permanecer en el castillo. Un día se atrevió a plantear sus temores a Bestia, y éste no pudo menos que ofrecerle su espejo mágico para que comprobara el estado de su padre. Bella pudo observar con preocupación cómo su padre, gravemente enfermo, intentaba buscar ayuda para rescatarla del castillo, pero los aldeanos lo tomaban por loco y no le hicieron caso. A pesar de ello, el anciano se aventuraba en el bosque por su cuenta, a pesar del temporal propio del invierno, con el objetivo de hacer todo lo posible por ayudar a su hija perdida.
El dolor atenazaba el corazón de Bella, y Bestia, que se estaba convirtiendo en todo un experto a la hora de entender lo que pasaba por la cabeza de ella, captó rápidamente el deseo de la joven que no se atrevía a verbalizar. El miedo regresó por un momento y encogió duramente el corazón de Bestia mientras tomaba la decisión que sentía correcta. ¿Era ese sentimiento al que se refería la hechicera cuando le maldijo? Sabía lo que tenía que hacer y, aunque el dolor era casi insoportable, lo hizo.
Bestia permitió que Bella se marchara del castillo, llevándose como único recuerdo de él el espejo mágico de plata. De esta manera, Bestia no podría tener jamás la tentación de volver a buscarla en el espejo, y la dejaría ir para siempre. La amaba, ahora lo sabía, pero los últimos pétalos de la rosa estaban cayendo y era tarde para él. Solo esperaba que no fuera tarde para el padre de Bella, y así ella podría ser feliz. ¿Fue acaso pretencioso por su parte creer que podría ser feliz junto a ella? Sería una bestia hasta el día de su muerte.
***
Bella encontró a su padre en el bosque antes de lo que pensaba, y gracias que fue así pues su estado de salud era bastante grave. Pronto lo llevó a su casa en la aldea, pero un acontecimiento imprevisto les esperaba allí, a las mismas puertas del hogar. Una congregación de aldeanos, liderados por el cazador Gastón, parecía que habían llegado a la conclusión de que el padre de Bella era una especie de amenaza pública, a consecuencia de las afirmaciones que había hecho recientemente sobre una bestia horrible que tenía encerrada a su hija en un castillo encantado. Y claro, lo más conveniente para todos sería encerrarlo en un sanatorio; eso sí, la voluntad de Bella o del propio anciano parecían contar bien poco.
Bella era una joven muy inteligente, y en seguida detectó que aquello apestaba a las artimañas de Gastón. El apuesto y engreído cazador se había propuesto casarse con Bella a toda costa, únicamente porque la consideraba la más hermosa de la villa y así poder exhibirla como uno más de sus trofeos de caza. Cuando pocas semanas antes le había exigido matrimonio, Bella fue demasiado educada deshaciéndose de Gastón, un hombre que tenía la desfachatez de pedirle en matrimonio sin siquiera molestarse en conocerla.
Por supuesto, no estaba equivocada, pues rápidamente Gastón acudía como un falso caballero de blanco corcel al rescate de la damisela en apuros: si Bella accedía a casarse con él, arreglaría el problemilla de su padre sin tener que pasar por el sanatorio. Obviamente, Bella se negó, y para demostrar que su padre no estaba loco como decían, mostró en el espejo mágico la figura de Bestia en el castillo. Sin embargo, las ignorantes gentes de la aldea reaccionaron de forma inesperada para ella, pues el terror que les inspiró el aspecto de Bestia les llevó a concluir que era necesario matarle a toda costa, con Gastón a la cabeza.
Mientras Bella y su padre eran encerrados en contra de su voluntad, la joven cayó en la cuenta de que llevaba tanto tiempo con Bestia, que había olvidado su aspecto y por ello lo había mostrado sin miedo. Ella sólo recordaba su bondad, su dulzura y sus atenciones, pero prácticamente habían quedado en el olvido la agresividad, la fealdad o la coacción. Sin embargo, tampoco es que tuviera mucho tiempo de pensar, pues su prioridad ahora era salir del sótano de su propia casa donde había sido encerrada, para poder avisar a Bestia de la turba que se dirigía al castillo con armas y antorchas. Cuando vio el bulto del invento de su padre, se dio cuenta de que había encontrado la solución.
***
Bestia apenas fue consciente de lo que pasaba, absorto como estaba mirando el último pétalo de la rosa a punto de caer, hasta que una flecha de Gastón estaba apuntándole directamente al corazón. Los aldeanos habían intentado tomar el castillo, pero los objetos encantados, lo habían defendido haciéndoles huir. Sin embargo, Gastón era un cazador experto y no se amilanaba por un par de plumeros voladores y un candelabro incendiario; él tenía una presa que cobrarse y así desquitarse de Bella. El instinto de supervivencia de Bestia fue más rápido que la flecha del cazador, de manera que el tiro fue a parar a su brazo sin llegar a ser fatídico.
Ese fue el primer paso de una danza peligrosa y mortal entre ambos en los tejados del castillo. El ansia de matar dominaba a Gastón, descargando sus frustraciones en la cacería de la que sería su obra maestra. Por el contrario, una débil defensa era la única motivación de Bestia, herido por la pérdida de Bella más que por las flechas o los golpes del cazador. Sin embargo, el grito de Bella desde abajo, llegando a galope tendido, fue suficiente para revitalizar a Bestia, de manera que las tornas cambiaron a su favor inesperadamente. Ella estaba preocupada por él; ella quería que él no sufriera daños; ella no le había olvidado. Por todo ello, él debía demostrarle que él tampoco podía ni quería olvidarla.
Gastón, viéndose la muerte a la cara por primera vez en toda su vida, perdió su arrogancia y su valor ante la fiereza de Bestia. Éste podría haber acabado con su vida fácilmente, pero no hacerlo le dio al cazador la oportunidad de jugar sucio clavándole un puñal en las entrañas. El destino quiso que Gastón resbalara en este preciso instante, cayendo del acantilado en que se encontraba el castillo, pero el daño ya estaba hecho y la herida de Bestia era realmente mortal. Sus energías fueron las suficientes para alcanzar la balconada de sus dependencias, donde un triste pétalo de rosa y una desconsolada Bella aguardaban su llegada.
***
Bella no quería aceptarlo, pero era evidente que el tiempo de Bestia en este mundo estaba dando a su fin. Sus palabras de consuelo se confundieron de manera que no supo si las decía para sí mismo o para él. Las lágrimas cubrieron sus mejillas al ver la sangre derramada sin remedio, entremezclándose con la fina lluvia que se iniciaba en aquel momento. Entre estertores, Bestia agradeció que Bella estuviera con él en aquellos últimos momentos, algo que le confesó que jamás pensó que merecería. Ella sentía que algo quería salir de su ser, pero las palabras se le resistían, y cuando por fin dijo que le amaba, ya era tarde. Bestia había muerto y el último pétalo de la rosa encantada cayó mientras su resplandor se desvanecía.
Las amargas lágrimas de Bella se vieron súbitamente interrumpidas, cuando un torrente de luces de colores envolvió el cuerpo de Bestia y, ante la atónita mirada de la joven, comenzó a transformar el desagradable aspecto en un rostro humano. La maldición se había roto, pese a todo lo que había sucedido, y poco a poco los habitantes del castillo dejaron de ser objetos encantados, las estancias recuperaron su color y las gárgolas pasaron a ser bellas esculturas de mármol blanco. Pero lo más sorprendente fue el pecho de aquel hombre que comenzó a respirar contra todo pronóstico, devolviéndole la vida al príncipe que antes había sido Bestia.
Él era ahora un hombre nuevo. Muchas cosas habían pasado desde que había recibido aquella maldición, pero ahora se preguntaba si realmente había sido tal. Ya no estaba sólo, ya no era arrogante, ya sabía que dejarse llevar por la ira no era la manera. Bella estaba con él y él estaba consigo mismo. El futuro se pintaba para ellos como un mundo diferente en el que, juntos, podrían ser felices. La besó tiernamente, tal y como había soñado durante todas las noches desde que la había conocido.
***
En el linde del bosque, frente al castillo, una sombra se ocultaba tras un viejo roble mientras observaba la transformación de Bestia desde la distancia. Se trataba de una anciana vestida con harapos y con un aspecto realmente horrible, portando en una mano un espejo mágico de plata y en la otra una bella rosa que emitía una tenue luz. A pesar de la fealdad de la anciana, en su rostro mostraba una bella, dulce y sincera sonrisa, que mantuvo hasta que desapareció en una nube de pétalos de rosa.


Dedicado a todos aquellos que, como yo, se ven reflejados en esta bella historia.

domingo, 8 de enero de 2012

El Mordisco


Escucha el aullido a la Madre Luna,
atiende a la manada en su cantar.
Deja que el lobo tome el control,
¡aúlla salvaje de pura emoción!


-Tenemos que atrapar a esa… “vergüenza” antes de que vuelva a hacer daño a alguien – dijo el licántropo de pelaje grisáceo con furia contenida.

-¿Atrapar? –respondió el grandullón desdeñoso, el de pelaje terroso – Niebla Gris, más bien tenemos que descuartizarlo. Ya ha causado demasiados problemas para ser uno sólo…

-¿Cuántos han sido, Montaña? –preguntó el tercero, mientras rebuscaba en sus saquillos y hacía tintinear sus abalorios de piedras, hojas y plumas- Nuestra Alpha me informó que habían muerto dos de los nuestros, pero he oído que ha habido muchos más muertos entre los humanos.

-¡Bah! ¡Humanos! –contestó Montaña, de nuevo desdeñoso - ¿A quién le importan cuántos hayan muerto? La cuestión es que no podemos dejar que ese salvaje vaya por ahí matando a nuestros camaradas. Hay que proteger a la manada.

-No podríamos estar más de acuerdo –repuso Niebla Gris-, pero tal vez a ellos si les importen los humanos y su sangrienta suerte–dijo mientras me señalaba a mí y a mi grupo.

-Si los asustáis más de lo que están, no nos serán de ninguna utilidad. Déjalo ya, Montaña –repuso el licántropo caoba, el de los abalorios.

El licántropo más grande enseñó sus colmillos en respuesta y gruñó agresivamente a sus compañeros intentando intimidarlos. Niebla Gris se encogió casi imperceptiblemente, pero el otro no se inmutó en absoluto, así que finalmente el licántropo terroso tuvo que calmarse antes de añadir:

-Viento de Luna, eres un aguafiestas. Ya podrías dejarme que al menos me relaje y me divierta un poco antes de lo que nos espera.

-Si quieres ser tú el que informe a nuestra Alpha de que todos los humanos que nos prestó para la cacería han muerto, me veré en la obligación de cederte el honor de hacerlo–añadió Viento de Luna mientras seguía revolviendo entre sus abalorios y saquillos distraídamente. Al parecer, sus palabras tuvieron el efecto esperado, porque Montaña hubiera palidecido de no impedirlo su pelaje, y el silencio cayó sobre el grupo desde entonces.

Mientras tanto, los cadáveres… digo, los humanos, que éramos nosotros, sí que estábamos aterrorizados. Seguro que algunos de nuestro grupo se estaban preguntando cómo habían acabado allí, como si de repente hubieran olvidado que ese licántropo fuera de control había masacrado a nuestras familias. Vivir en las tierras de los licántropos comporta ciertos riesgos y tenemos que asumirlos para evitar destinos más funestos. Sin embargo, ahora mismo hubiera dado lo que fuera porque mi familia y yo viviéramos en el exterior, libres de la “protección” de los lobos. Al menos ahora estarían vivos.

Nuestro grupo se iba internando en la espesura cada vez más, y dada la frondosidad de los bosques, la luz de la luna que antes nos bañaba, nos había dejado completamente a ciegas ahora. Por supuesto, los licántropos carecían de ese problema dado lo agudo de sus sentidos, y el trío lobuno avanzaba sigilosamente entre los árboles como sombras invisibles. Nosotros hacíamos lo que podíamos con nuestra mala visión, peor oído e inútil olfato, cargando con las pocas armas de que disponíamos para defendernos de la bestia a cuyo encuentro nos encaminábamos.

Ellos lo llamaban una “caza”, como no podía ser de otra manera; a fin de cuentas, son depredadores. Pero cada vez que oía que lo mencionaban, yo pensaba que el papel que jugábamos nosotros en aquella caza era el de “cebos”, para atraer a la presa a una trampa. Probablemente no estuviera equivocado, pero aún así, considerando el terrible monstruo que nos esperaba, podía llegar a comprender que los licántropos tomaran ese tipo de  insensibles precauciones para sacar ventaja. No iba a ser una lucha fácil.

Se trataba de un Puro, como los propios licántropos los llaman. Bajo ese paradójico nombre, los lobos se refieren a aquellos licántropos que han perdido el control de su lobo interior, de manera que sus instintos más salvajes son los que dirigen su conducta y su poder se incrementa al máximo, llevando sus cuerpos hasta el límite. Y dichos instintos más salvajes tenían que ser asesinos: cualquiera que se cruce en su camino es un objetivo que matar; tal como lo habían sido nuestras familias.

Pero para los licántropos, un Puro es una lacra en su manada, un indicativo de que uno de los suyos no es lo suficientemente fuerte como para dominar al lobo interior, un peligro para el orden social que debe ser erradicado. De ahí la rápida intervención de la Alpha de la Luna Sangrante al enviar este grupo de caza, tres licántropos y nueve humanos, para dar muerte al Puro y acabar con la carnicería que la bestia había llevado a cabo en el barrio de la Cornisa. Sin embargo, el sangriento rastro de pistas que éste había dejado tras de sí, indicó que el Puro había abandonado la ciudad y se había internado en la floresta, dando comienzo la persecución.

Estaba ensimismado en mis pensamientos acerca de todas estas cosas en un intento de ignorar el dolor de la muerte de mis familiares, cuando choqué de frente con un cuerpo inmenso y peludo que se había detenido delante de mí sin que me hubiera dado cuenta. Me hubiera caído de bruces si un poderoso brazo con garras no me hubiera detenido a tiempo, acompañado de una aterradora mirada lobuna que me advertía de la necesidad de silencio para conservar la vida. Por el frío hielo de sus ojos, creo que se trataba de Niebla Gris.

Intenté poner todos mis sentidos alerta y evaluar la situación. Todo el grupo estaba ahora detenido, aunque a los licántropos apenas los detectaba salvo por Niebla Gris que seguía a mi lado. Mis compañeros humanos hacían lo posible para mantenerse en silencio sin demasiado éxito, pues armas y protecciones defensivas tintineaban incontrolablemente mecidas por el pánico; yo no era una excepción. Por otro lado, el ambiente se había enrarecido; había un olor profundamente desagradable que me hacia tener náuseas así como recordar la terrible visión de cuerpos destrozados en un baño de sangre. En ese punto, no sabía quién estaba cazando a quién, pero sí que tenía claro que el Puro estaba allí.

Los acontecimientos fueron muy rápidos. Empezó con los gritos de algunos de mis compañeros junto con desagradables sonidos de dientes que desgarraban la carne y la sangre que lo salpicaba todo. Unas garras inmensas se cernieron sobre mí antes de que pudiera siquiera parpadear, y perforaron mi piel y mi carne como si fuera mantequilla. Aunque mi fin parecía escrito, de alguna manera Niebla Gris me apartó de la bestia de un violento empujón y choqué contra un árbol, quedando aturdido unos segundos. Mientras tanto, el licántropo había sacado dos espadas cuyos filos refulgían en plata a pesar de la oscuridad reinante y se abalanzó sobre la bestia mientras lanzaba una plegaria a la Madre Luna.

Sin pararme a evaluar mis heridas y haciendo todo lo posible por ignorar el lacerante dolor de mi abdomen, me dispuse desenvainar mi daga curva, un arma en un estado lamentable pero la única de la que disponía para intentar defenderme. Sin embargo, antes de que hiciera nada, se oyeron cánticos y sonidos de abalorios, mientras Viento de Luna conjuraba una esfera de luz plateada, como la mismísima Luna, que surgió de entre sus dedos y se dirigió a una velocidad vertiginosa hacia un licántropo bañado en el carmesí de la sangre y con ojos rojos como rubíes de pura locura. Éste intentó esquivar el ritual, pero sólo consiguió evitar que le diera en el pecho, haciendo impacto por el contrario en su brazo, y provocando una explosión de luz plateada que se acompañó de un desgarrador aullido de dolor.

El ritual de Viento de Luna no sólo hizo que el Puro perdiera su brazo, que cayó como un peso muerto a la hierba, sino que iluminó una macabra escena que me paralizó de terror, mientras los pocos humanos supervivientes corrían y gritaban despavoridos perdiéndose en la espesura. Durante el resplandor del ritual que se iba apagando paulatinamente, pude observar como Montaña aprovechó el momento de guardia baja del enemigo para abalanzarse desde las ramas de los árboles donde se había mantenido oculto y utilizar sus poderosos músculos para inmovilizar a la bestia desbocada. Éste no tuvo tiempo de defenderse de la potente presa del inmenso licántropo, cuando las espadas plateadas de Niebla Gris, que un instante antes no estaba allí, se cruzaron sobre su garganta, seccionando la cabeza del Puro y finalizando de un golpe maestro la sangrienta batalla.

Con mi mano todavía sobre el mango de mi daga, me apoyé contra el tronco del árbol y me dejé caer exhausto cuando la oscuridad se cernía de nuevo sobre la zona. El dolor era insoportable y empecé a notar que la sangre se escapaba de mi abdomen, allí donde la bestia me había perforado con sus garras de muerte. Todo se volvió muy confuso a partir de ese momento, pues mi mente estaba completamente nublada y era incapaz de comprender nada de lo que sucedía a mi alrededor. Creo que oí voces guturales que hablaban acerca de mi inminente final y algo acerca de “una vida por otra”, pero la inconsciencia me reclamaba como salvadora del insoportable dolor que precedía a mi muerte.

***


Supe que algo no iba bien desde el primer momento en que desperté; o mejor dicho, que algo iba demasiado bien. Cuando mi mente se abrió a la conciencia, lo hizo con una intensidad y una potencia abrumadora, de manera que inmediatamente me encontré en plenas facultades como si jamás hubiera estado dormido o inconsciente. En seguida pude apercibirme de que mi mundo había cambiado, pues una ingente cantidad de nuevas sensaciones se agolpaban en mis sentidos: un abanico de aromas que antes nunca había siquiera soñado, un conjunto de sonidos casi imperceptibles que detectaba en orígenes lejanos, una cantidad de detalles y colores ante mis ojos jamás imaginada, la tenue brisa que entraba por la ventana meciendo suavemente mi pelaje… ¡Mi pelaje! Entonces lo comprendí: había dejado de ser humano, ahora era un licántropo.

-Me alegra saber que has despertado –una voz extrañamente conocida me sacó de mi estupefacción-. Dada tu condición, no estábamos seguros de que sobrevivirías al Mordisco.

La voz provenía de Viento de Luna. El licántropo caoba estaba de pie frente a la ventana sonriendo sólo como un lobo puede hacerlo, ataviado con sus abalorios de plumas, piedras preciosas y tallas de madera. Era tal y como le recordaba, pero no era el mismo para mí. En seguida detecté su aroma y, de algún modo, supe que sería capaz de identificarle a través de él independientemente de lo lejos que se encontrara. Una voz interior así me lo susurraba.

-¿El Mordisco? ¿Qué me ha pasado? – pregunté, claramente confundido, mientras miraba mis garras y mi pelaje ocre oscuro, como pálido recuerdo de mi cabello rubio ceniza.

-Estabas al borde de la muerte –respondió Viento de Luna sin inmutarse-. El Puro te había herido de gravedad, pero yo podía intentar salvarte. Y como líder de la cacería, decidí hacerlo. Sin embargo, mis rituales curativos no fueron suficientes para sanarte, así que te di el Mordisco.

-¿Tú me convertiste en licántropo? –de alguna manera, yo ya sabía la respuesta. No era capaz de explicarlo, pero había un vínculo que me unía con Viento de Luna; algo profundo y primitivo que por un lado me aterraba, y por el otro me creaba una seguridad inquebrantable.

-Así es –contestó seriamente-, tú y yo hemos intercambiado nuestra carne y nuestra sangre a través del Mordisco. Ahora eres uno más de la manada. Tú pasado como humano ha quedado mucho más atrás de lo que piensas. Ahora eres un lobezno de la Luna Sangrante, y estás bajo mi custodia y responsabilidad hasta que aprendas a ser un lobo adulto que pueda valerse por sí mismo. Es por ello, que soy tu maestro.

De alguna forma que me resultaba incapaz de explicar, sus palabras me inspiraban un respeto, una lealtad y una obediencia infinitas. Mi mente no lo entendía, pero mi instinto me decía que así es como debían ser las cosas. Yo era manada ahora; yo era un lobo. Me dejé guiar por mi lobo interior, que me decía que aquel licántropo era, de alguna forma, superior a mí en esta mi nueva vida como miembro de la manada, y que le debía la más absoluta entrega y fidelidad.

-Sí, maestro –la fórmula salió sola de mi boca, sumisamente, sin que la tuviera planeada. Inconscientemente había aceptado que aquella era la forma en que debía dirigirme a él, que era lo correcto, lo adecuado.

-Muy bien –Viento de Luna sonrió-, aprendes rápido. Me gusta. En cuanto te recuperes y puedas salir de la Casa de Curación, empezaremos con tu entrenamiento. Cuanto antes aprendas a dirigir al lobo interior, antes serás útil a la manada y a ti mismo.

-Creo que ya puedo empezar, maestro –respondí inmediatamente; la perspectiva de ser útil a la manada me resultaba increíblemente atractiva. Por otro lado, mi cuerpo estaba completamente recuperado a pesar de la gravedad de las heridas sufridas; al parecer era cierta la increíble capacidad de recuperación física de los licántropos. Sí, era peludo y tenía garras y colmillos, pero jamás en mi vida me había sentido tan bien… como formando parte de algo mucho más grande e importante que yo mismo. Por un momento, me apeteció saltar de la cama y salir a correr por el bosque y aullar a la luna, y lo hubiera hecho de no habérmelo impedido Viento de Luna con una simple mirada que parecía haber leído mis intenciones.

-Muy bien, sea –respondió el licántropo caoba mientras se daba la vuelta y salía de allí con pasos ágiles mientras sus abalorios tintineaban. Rápidamente, me vestí con unas ropas de cuero (para licántropo) que me habían preparado en un mueble cercano a la cama donde antes reposaba, y le seguí sin perder tiempo. De todos modos, aunque se fuera de mi vista, sabía que no podía perderle la pista jamás, pues su olor particular era inevitable para mí.

-Maestro, ¿qué sucedió finalmente con el Puro? –pregunté a sus velludas espaldas una vez que conseguí alcanzarle, ya a la salida de la Casa de Curación.

-Su cabeza reposa ahora a los pies de nuestra Alpha –dijo con profundo respeto, mientras un escalofrío recorría mi cuerpo a la mención de la líder de la manada-. Niebla Gris y Montaña tuvieron algunas heridas de poca importancia y, como ves, yo salí indemne –en ese momento hizo una pausa, y giró su cabeza para observar mi reacción-. En cuanto a los humanos, sólo cuatro de ellos sobrevivieron.

-Lo importante es que la bestia murió y los nuestros están bien, por el bien de la manada –fue mi respuesta automática-, pero me alegro que al menos cuatro de ellos se salvaran -. Un ligero pensamiento me llevó a pensar en mi familia humana y su cruel destino, pero el dolor que ello me producía parecía lejano, eclipsado por las nuevas emociones que la manada despertaba en mí. Por su parte, Viento de Luna sonrió.

-Yo también me alegro, no es bueno desperdiciar vidas para nada, aunque sean vidas humanas. ¿No lo crees así, lobezno? –y me dirigió una mirada elocuente.

-Una vida por otra, maestro –respondí, de pronto comprendiendo: un licántropo había muerto aquella noche, y otro había nacido para ocupar su lugar. La manada me necesitaba tanto como yo a ella.

-Me gustas, lobezno. Eres ágil de mente y aprendes rápido –dijo el licántropo-. Realmente espero que no pierdas el control como le sucedió a esa bestia, y así llegues a ganarte un lugar y un nombre propio en nuestra manada.

-Gracias, maestro – respondí respetuosamente. ¿Qué mejor halago se puede recibir de aquel que te ha dado la vida que la aceptación? Mi lobo interior estaba exultante de felicidad.

Cuando Viento de Luna abrió la puerta de la Casa de Curación y pude ver un brillante amanecer como nunca lo había visto antes, supe que aquel era el primer día de mi verdadera vida. Sentí mi cuerpo vibrar y el lobo interior saltaba de júbilo conmigo. Había perdido una familia, que ahora quedaba lejana en el tiempo, pero había ganado algo mucho mayor y más importante: una manada que lucha, vive y ama unida. ¿Cómo estar triste cuando has renacido en una nueva vida llena de increíbles sorpresas por descubrir? Tal vez hubiera tiempo para recordar los dolores del pasado, pero ese momento no era ahora, en absoluto.

Así que hice lo que un licántropo debe hacer para expresar la alegría infinita de la vida: aullé, aullé fuerte e intensamente, ¡aullé salvaje de pura emoción!

Relato para la introducción al juego de rol "Licantropía".

lunes, 10 de octubre de 2011

Bleeding for you - Capítulo 1: Una vida que no es la mía

¿Alguna vez os habéis sentido como si vuestra vida no fuera vuestra? Una sensación extraña como si estuvierais fuera de vuestro cuerpo, viéndoos actuar día tras día pero sin llegar a comprender por qué hacéis las cosas que hacéis, por qué decís lo que decís. Para mi es una sensación tan habitual que ha llegado a aburrirme su presencia; siempre ahí, incordiando. Mientras los niños de mi colegio jugaban en el patio, yo intentaba reconciliar mi mente con mi cuerpo sin mucho éxito. Llegó un punto en que dejó de importarme esto, me acostumbré a ello como si a otros les pasara lo mismo. Pero sé que no les pasaba, o si no, no hubieran dicho que estaba loco cuando lo planteaba, así que dejé de hacerlo e incluso lo olvidé.

Exceptuando ese oportunamente olvidado detalle, mi vida ha sido de lo más común en un joven londinense. Viví en el típico barrio de las afueras en el que nada te puede pasar siempre que conozcas a las personas adecuadas. Mi familia se reducía a mi abuela y a mí, ya que mis padres murieron en un accidente de tráfico cuando era un niño. Podemos saltarnos el momento trágico donde la vida de un tierno infante se ve truncada por la fatalidad de la cruda realidad ¿no? Gracias por vuestra consideración.

Tenía amigos en el colegio (o algo así) y luego cambiaron en el instituto. Cosas de la vida que le pasan a todo el mundo. Tonteé con todas las chicas que me dejaron acercarme lo suficiente con mi cara llena de acné y mis deseos de dejar atrás el mito de la virginidad adolescente. Digamos que salí indemne de todo ello y de alguna manera que jamás pude comprender, acabé en la universidad estudiando arquitectura. Fue el último deseo de mi abuela antes de morir, otro melodramático detalle que me tomé la licencia de pasar por alto comentar.

En el London College conocí a mi actual pandilla de amigos. Os los presentaré porque actualmente son la parte más importante de mi vida, si es que se puede llamar así. Primero está Larami, la chica perfecta: perfecta en los estudios, perfecta en las relaciones sociales, perfecta en su físico, perfecta en todo lo que se propone, perfecta, perfecta y perfecta. Si no tuviera tan buen corazón, sería insoportable. Después está Brandon, alto y delgaducho, gracioso hasta la hilaridad (en su modesta opinión) pero fiel como un perro… bien mirado, esta descripción no le deja en muy buen lugar. Por último está Dan, musculoso como un armario, deportista nato (en especial el fútbol, pero no le hace ascos a nada), incisivo en sus comentarios aunque serio como un poste telefónico. Luego estoy yo, el chico que es incapaz de reconocer su vida como propia.

Lo más extraño de todo es que justo en el momento en que empecé a morir (ya sabéis, volviendo al presente), es cuando realmente empecé a sentirme vivo de verdad. Una mezcla entre alivio y excitación recorrió mi cuerpo como si éste me hablara: esta es tu verdadera vida Patrick. Absurdo, porque entonces mi vida sería la muerte, incongruente por definición. Tal vez si repaso lo que sucedió en los últimos días, podáis entender como acabé desangrándome en un callejón cerca del Támesis y de dónde viene tanta rallada mental. O tal vez acabéis tan confusos como yo, decidáis ir a dar un paseo y éste sea el último.

Sí, yo soy el sarcástico del grupo.


martes, 19 de octubre de 2010

Bleeding for you - Prólogo


Estaba sangrando. Tenía un mordisco que perforaba la mayor parte de mi costado izquierdo, peligrosamente cerca del corazón a juzgar por el flujo continuo de vida que escapaba de la herida. Sabía que iba a morir, era justo lo que me habían advertido, tanto la pitonisa friki aquella como el loco de Freddy el vagabundo, que acabaría perdiendo la vida por una estupidez. ¿Creéis que escuché esas advertencias? Por supuesto que no, sino no me encontraría en esta situación. Me limité a pensar que la cosa no iba conmigo, que esas “señales del destino” eran pura patraña… hasta que pasan factura.

La niebla de Londres nunca me había asustado lo más mínimo, y un paseo nocturno siempre me resultaba estimulante más que aterrador. Aquella noche decidí que esa era la mejor forma de aclararme las ideas y llegar a alguna conclusión sobre lo que estaba pasando y que ya no podía dejar de ignorar. Quién me diría a mí que sería la conclusión la que me encontraría a mí; o que aquel sería mi último vagabundeo a la orilla del Támesis; o que dedicaría mis últimos instantes de consciencia a pensar en mi prodigiosa estupidez. Podría pensar en mi atacante, que parecía relamerse y degustar mi sangre y carne como si fuera un plato digno del restaurante más snob. Pero mis ojos ya comenzaban a cerrarse…

Tal vez este es un buen momento para volver atrás en el tiempo y contar cómo llegué a esta situación tan delicada ¿no? Total, si cuando vas a morir ves pasar tu vida ante tus ojos, ¿no podría ralentizar un poco la película en los momentos más interesantes? Sea lo que sea que me espere, puede esperar un poco más…


martes, 12 de octubre de 2010

El robo

Había sido una tarde agradable. La teteria era un lugar realmente cómodo, perfecto para una cita como aquella: tenue luz de velas, velos semitransparentes, mullidos cojines estampados… Ofrecía la intimidad y la magia necesarias para hacer de la velada algo inolvidable. O, al menos, así debería ser.

La conversación había sido bastante interesante, jamás decayendo mientras chapoteaba de un tema a otro, muchas veces por asociaciones de lo más curiosas. A veces salpicaba risas y sonrisas; en otras cuestiones más serias, transmitía un aire circunspecto. Se alternaba con pequeños sorbos de un pakistaní a la canela y un Earl Grey con leche y unas galletas de jengibre y frutos secos. Aparentemente, perfecto.


Pero ya iba siendo hora de mostrar las últimas cartas, las jugadas más elaboradas y siniestras que se habían ido deslizando y tejiendo durante aquella tarde. La cuerda había sido estirada y recogida muchas veces, esperando que el pez picara por fin, y había llegado el momento de usar el cebo más apetecible. El que no arriesga, no gana; y yo tenía ganas de apostar.

-Me temo que no puedo quedarme más –dejé caer repentinamente mientras miraba mi reloj de pulsera con fingida aprehensión.

-¿Ya? ¿Tan pronto? –preguntó él, sorprendido… incluso decepcionado. Esa era una muy buena señal.

-Sí, lo siento… -comenté, apenado- Mañana tengo unos compromisos que atender y…

-¿No puedes quedarte un poco más? –pidió con ojos brillantes. Parecía que aquello iba a ser mucho más sencillo de lo esperado. Después de lo inaccesible que se mostraba, me sorprendió… pero no dejé entreverlo, por supuesto. En cambio, fingí pensármelo, como si valorara opciones.

-Está bien –repuse-, pero con una condición –e introduje una oportuna sonrisa. El alivio y la curiosidad eran patentes en su rostro. Casi sin que se diera cuenta, me había acercado a él un poco más.

-¿Qué condición? –preguntó finalmente, incapaz de soportar mi silencio por más tiempo. Pensé en ese momento que yo no era el único que estaba jugando, pero no me importó en absoluto; así era más divertido. Perfecto, así que me lancé.

-¿Puedo robarte un beso?

Lo solté a bocajarro; ese es mi estilo. Pero para cuando lo dije, ya estaba prácticamente pegado a él, demasiado cerca como para resultar del todo cómodo pero demasiado lejos para cumplir mi demanda: la distancia perfecta. Mi mano se deslizó hacia la suya, y le noté agitado, como yo mismo intentaba ocultar que estaba (probablemente no demasiado bien). Sus ojos estaban clavados en los míos y su boca semiabierta parecía no saber qué decir… o qué hacer. No me apartó de golpe, así que me atreví a seguir forzando la tuerca un poco más.

-Si no me marcho ahora, no seré capaz de controlarme más y acabaré por besarte –confesé. Puede parecer una táctica, y en parte lo era… pero en parte también era la pura verdad.

En estos momentos, mi aliento ya rozaba sus labios al tiempo que yo sentía su respiración cada vez más agitada, a pesar de seguir inmóvil. Me atreví a ir algo más allá al apretar con mi mano la suya y al alzar la otra para acariciar suavemente su rostro. Las velas titilaban a nuestro alrededor, expectantes como nosotros.

Un torrente de emociones me sobrevino cuando fue él quién me robó el beso a mí. Por fin, aquello iba llegando a algún sitio; por fin había dado él aquel paso. Me entregué como nunca a la pasión, al placer y al amor, después de tanto tiempo intentando acceder a ese corazón de hielo. Parecía que había conseguido abrirme paso definitivamente, pero a pesar de su importancia, no era algo en lo que en ese instante pudiera pensar precisamente...

Dedicado a los jugadores que tienen el valor de apostar sin miedo.