martes, 15 de mayo de 2012

La Bella y la Bestia




         Erase una vez, hace mucho, mucho tiempo, una noche de tormenta en un frio invierno en un bosque del interior de Francia. La lluvia arreciaba poderosamente contra los muros y los ventanales de un castillo señorial que se alzaba en su linde, al borde un escarpado acantilado. Una anciana mendiga se desplazaba, desvalida, por el puente de piedra salpicado de gárgolas que daba a las puertas del castillo, para finalmente tocar a su puerta con tronar parecido al del aguacero que la precedía.
Fue un joven y apuesto príncipe el que abrió el gran portón, asqueado ante la presencia de la anciana. La pobre mujer, temblorosa, pidió asilo para pasar la noche a cambio de una esplendorosa rosa roja que, delicadamente, sacó de entre sus mugrientos ropajes. El arrogante príncipe se negó rotundamente a darle paso, escandalizado por la fealdad de la anciana, la cual insistió aduciendo que no se dejara llevar por las apariencias, pues la belleza se encuentra en el interior. El príncipe se negó una segunda vez y entonces la anciana se transformó en una bellísima hechicera.
Consciente de la nueva situación, el príncipe intentó disculparse pero ya era tarde para él: la hechicera había comprobado que en su corazón no había amor. Y por tanto, decidió usar sus poderes para maldecirle a él, a su castillo y a todos los que en él vivían. La tormenta arreció alrededor del castillo, lo cubrió en sombra y rodeo el cuerpo del príncipe, que se transformó en el de una horrible bestia de rasgos deformados, sin dejar rastro de su antigua beldad. Sin embargo, había una única esperanza para él de romper el hechizo: si antes de cumplir los 21 años era capaz de encontrar a alguien a quien amar, el hechizo se rompería. En caso contrario, permanecería así, como una bestia, para siempre.
Antes de marcharse y dejar al príncipe en su dolor, la hechicera le ofreció la rosa igualmente. Le dijo que se trataba de una rosa encantada que se mantendría fresca hasta el momento en que se acercara el tiempo límite de la maldición, de manera que cuando cayera el último pétalo ésta ya no tendría remedio. Además, tuvo un último regalo de despedida para él, un espejo mágico de plata que podía utilizar como ventana al mundo exterior. Después, la hechicera se marchó y la tormenta se fue con ella, pero la oscuridad y los gritos desgarrados de la Bestia no abandonaron el castillo.
***
En una pequeña aldea del sur de Francia vivía la joven Bella, hija de un inventor con fama de chiflado que seguía intentando encontrar el invento capaz de sacarle a él y a su hija de la pobreza en la que vivían. Sin embargo, Bella era una chica feliz, a pesar de que su extrema afición por la lectura no fuera bien vista entre las gentes de la aldea. Era consciente de lo que se contaba de ella, que era tan excéntrica como su padre y que una mujer con hábito de lectura no podía ser buena idea. Pero a ella no le importaba en absoluto, porque el mundo que se le había abierto a través de los libros no lo había encontrado en ningún otro lugar de la villa. Bella era ella misma, con todas sus consecuencias.
Un buen día, el padre de Bella terminó por fin el invento que llevaba tanto tiempo construyendo, una cortadora de leña a vapor cuyo aporte más relevante era que cortaba troncos y no cabezas en el proceso; sin explosiones ni nada. El anciano estaba extasiado con su éxito, de manera que ensilló a su caballo y preparó la carreta con el invento para marchar a un pueblo cercano donde se celebraba una feria. Allí podría mostrar su invento al mundo y dar un giro al destino de su vida y la de su hija. Por tanto, sin más dilación, inició su periplo camino del pueblo vecino. Por el contrario, Bella se quedaría en casa para cuidar de sus animales, así que se despidió de su padre con cariño cuando éste se alejaba ya por el camino del bosque.
El bosque puede ser muy traicionero, como bien pronto el anciano padre de Bella comprobó. Tras algunas horas de trayecto, todos los árboles parecían iguales y todos los cruces de caminos parecían los mismos, de manera que mientras la noche empezaba a caer, él seguía en el camino sin haber llegado a su destino. Asustado, intentó reorientar a su caballo, pero entonces oyó el aullido de una famélica manada de lobos que parecía haber encontrado su cena.
Los depredadores iniciaron una agotadora persecución en pos del padre de Bella entre los árboles, saliendo de cualquier sitio sin previo aviso y lanzándose con sus dientes afilados contra las patas del aterrado caballo. Finalmente, la persecución acabó frente a las verjas de hierro de un poderoso castillo que se alzaba en un acantilado en el linde del bosque, un castillo que el padre de Bella desconocía. Sin perder el tiempo, el hombre hizo todo lo posible por ponerse a salvo de los lobos pudiendo escapar finalmente, pero desconociendo lo que le esperaba a continuación.
El anciano cruzó el puente de piedra que daba paso a los portones de aquel imponente castillo y comprobó, gratamente, que un ligero empujón le permitió penetrar en su oscuro interior. La única luz que encontró fue la de un candelabro situado junto a un viejo reloj en una mesa del recibidor, y por mucho que preguntó si había alguien allí nadie respondió. Cual fue la sorpresa del viejo inventor cuando, finalmente, recibió respuesta del candelabro que sujetaba con sus manos.
El candelabro fue sorprendentemente servicial con el padre de Bella. Le ofreció todo tipo de comodidades a los que el anciano no estaba acostumbrado, desde calentarse frente a la chimenea a tomar el té con pastas, mientras a su alrededor se desplegaba todo un servicio constituido a partir de objetos capaces de moverse, hablar e incluso, le parecía a él, vivir. Sin embargo, pronto la atmósfera se oscureció cuando los gruñidos guturales de una horrible bestia interrumpieron su descanso.
La Bestia se presentó como el señor del castillo y el pobre anciano se aterrorizó ante su tamaño, su aspecto y su profunda y agresiva voz. La Bestia cogió al anciano como un guiñapo, violentamente, mientras le informaba que se convertía automáticamente en su prisionero consecuencia de haber invadido su propiedad sin su consentimiento. Por mucho que el viejo inventor intentó explicarle lo que le había sucedido en el bosque, la Bestia no le dejó hacerlo, sino que le arrastró sin miramientos a una fría celda en un torreón del castillo. Los objetos encantados observaron, impotentes, como su amo encerraba al único visitante que habían tenido en los últimos diez años.
***
 Cuando el caballo cruzó el linde del bosque a toda velocidad, arrastrando todavía la carreta con el invento de su padre, Bella supo que algo malo había ocurrido. Rápidamente, a pesar de que ya era noche cerrada, desenganchó al caballo y lo llevó al galope en dirección al bosque en busca de su padre. Fueron varias las horas de angustiosa búsqueda sin encontrar ni el más leve rastro de él, simplemente siguiendo las huellas dejadas por el carro anteriormente. Casi por casualidad, Bella llegó a la verja de hierro que daba entrada al castillo y su asombro ante tal descubrimiento en la región que creía conocer la dejó anonadada.
Sin perder tiempo, Bella se internó en el castillo buscando a alguien que pudiera decirle algo, como por ejemplo si su padre se había guarecido en aquel lugar para pasar la noche. Entonces, Bella escuchó algunos ruidos que al tiempo le parecieron y no le parecieron los pasos de alguien subiendo por una empinada escalera lateral. Siguiendo los sonidos, y posteriormente las luces que observó, Bella llegó hasta unos calabozos oscuros en la parte superior de una torre y allí, a la luz de una trémula antorcha, encontró a su padre encarcelado.
El reencuentro entre padre e hija fue breve, pues las incoherencias del anciano fueron pronto interrumpidas por una voz retumbante que preguntó acerca de la presencia de Bella. De entre las sombras, la joven pudo observar una criatura que no parecía humana que decía haber tomado a su padre como prisionero pues se había colado en su castillo sin su consentimiento. Bella intentó razonar con él, explicándole que su padre era un anciano que se había perdido en el bosque y que podía enfermar, pero la Bestia desestimaba bruscamente todas sus palabras.
El miedo atenazaba a Bella, pero aún así tomó una arriesgada decisión. Su amor por su padre era tal, que propuso a la Bestia quedarse ella como rehén a cambio de su padre, siempre que ella pudiera verle antes a la luz de la antorcha. La joven tuvo que reprimir un grito de terror al observar el desagradable aspecto de la Bestia, que aceptó el trato inmediatamente sin darle tiempo a pensar. Antes de que pudiera siquiera reaccionar, la Bestia se llevó a su padre y ella se quedó sola en la celda que antes él ocupaba, llorando desconsoladamente.
***
La Bestia acomodó a Bella en una habitación lujosa, con una cama mullida, un balcón que daba a los jardines del castillo, un armario lleno de vestidos preciosos y carísimos, pero nada de ello pudo mejorar el ánimo de la joven. Había perdido a su padre y también su libertad al mismo tiempo, así que la invitación a cenar por parte de la Bestia no mejoró en absoluto su humor. Bella se negó rotundamente a cenar con él, a pesar de los gritos y la violencia con la que se lo exigió en la puerta de su nuevo cuarto. Sin embargo, ella no se dejó amilanar y mantuvo firme su respuesta a pesar de las lágrimas y el miedo. Sería su prisionera, pero todavía tenía voluntad propia.



Por otro lado, cuando Bestia se quedó solo aquella noche, utilizó su espejo mágico para espiar a la joven que ahora vivía en su castillo. No entendía bien que pasaba en su interior, pero un torrente de emociones le recorría todo el cuerpo desde que la vio por vez primera. Había una fuerza en ella que le atraía: cómo le enfrentó sin miedo, como había sido capaz de todo por otra persona, algo que él no comprendía bien. Y al mismo tiempo estaba furioso hasta límites insospechados: ¡se había negado a cenar con él! Y eso le ponía triste, desesperado, hundido. Su desprecio le recordaba que nadie jamás podría ir más allá de su fealdad, más allá de su horroroso aspecto reflejo de su despreciable interior. Él no lo merecía, la hechicera ya se lo había dejado claro en su momento.
¿Acaso había algo que pudiera hacer para cambiar la situación? Bestia no sentía que lo hubiera. Aquella era la dinámica de su vida, viviendo en soledad pues su sola presencia causaba asco, miedo o ira a los demás. Aún así, a pesar de lo rendido que se encontraba, intentó idear la manera en cómo podría acercarse a Bella, sin destruirla como hacía con todo lo que tocaba. Por tanto, pese a todo, intentó plantearse con sumo cuidado qué podía hacer sólo para conseguir que ella le tolerara y, en su espionaje, descubrió la afición de Bella por los libros y decidió mostrarle la biblioteca cuando llegara el momento oportuno. Las dudas y el dolor atenazaban su corazón, pero una débil esperanza se resistía a morir en él.
***
Bella siempre había sido una chica muy inquieta, y cuando sus tripas empezaron a rugir horas más tarde, decidió que intentaría buscar las cocinas del castillo por su cuenta. Cuidadosamente se deslizó entre pasillos repletos de estatuas horripilantes y gracias a los sirvientes del castillo pudo saciar su hambre; pero no su curiosidad. Todas las novelas que había leído parecían indicar que aquel lugar, a todas luces, era un castillo embrujado, ¡pues la servidumbre eran objetos encantados! ¿Cómo ir a dormir en este lugar cuando había tantas dependencias por explorar?
Los pasos de Bella la llevaron al Ala Oeste del castillo, la zona que la Bestia le había prohibido explícitamente nada más convertirse en su invitada forzosa.  Saber lo que la Bestia ocultaba en esas dependencias era más fuerte que el sentido de prudencia, así que, atrevida, exploró las habitaciones de esta zona del castillo. Cuál fue su sorpresa al encontrar muebles destrozados y llenos de polvo, en contraposición a la pulcritud reinante en el resto de estancias que había visitado. Retratos desgarrados, gárgolas destrozadas, espejos resquebrajados... hasta que vio aquella rosa.
Se trataba de una rosa roja preciosa, suspendida dentro de una cúpula de prístino cristal sobre una pequeña mesa redonda, que emitía un suave fulgor rojizo que pulsaba suavemente al ritmo del corazón de Bella. Algunos pétalos de la rosa habían caído sobre la mesa, pero habían sido dejados allí en su posición original. Embelesada, no vio que una sombra se cernía sobre ella cuando Bestia surgió desde un rincón del cuarto y estalló en un agresivo grito aterrador, exigiendo saber de la presencia de ella en sus dependencias privadas.

Bella se asustó tanto que salió huyendo a toda velocidad, y sin pararse a pensarlo en absoluto, montó a caballo en dirección al bosque al tiempo que daba comienzo una nevada repentina. Bestia salió en pos de ella, utilizando sus poderosas garras para correr entre la nieve intentando alcanzar la galopada desesperada de Bella. Un miedo atroz se apoderó de su ser cuando, al llegar a un pequeño claro, la vio enarbolando una rama de madera contra toda una manada de lobos que la perseguía. Bestia no dudó en lanzarse en su defensa, únicamente pensando en clavar sus garras y dientes en los atacantes de la joven, de manera que aunque consiguió hacerles huir, recibió varias heridas que le hicieron perder el conocimiento.
***
Cuando Bestia despertó, no podía salir de su asombro, pues Bella estaba atendiendo diligentemente sus heridas en la comodidad del castillo. La tensión entre ellos era evidente, consecuencia de los últimos acontecimientos, pero tras unos cuantos gritos en los cuáles Bella no tuvo nada que envidiar a Bestia, la discusión acabó en un “Gracias por salvarme la vida” inesperado, que colmó de amor el corazón de Bestia. ¿Podría acaso cambiar y tener su oportunidad? ¿Podría acercarse a ella sin espantarla, pese a todo?
Bestia pensó que era un ahora o nunca: era el momento de mostrarle la biblioteca a Bella y así lo hizo. En primer lugar, procuró arreglarse adecuadamente, como en los tiempos en que todavía era humano, así como estrujarse la mente en normas de cortesía y etiqueta largo tiempo olvidadas. Luego, consiguió convencer a Bella de que le acompañara con los ojos cerrados a la biblioteca, para descubrirla ante sus preciosos ojos una vez todos los ventanales estuvieran radiantes de luz  del nuevo día.
La reacción no se hizo esperar, y todo volumen era motivo de placer para Bella, algo que él no entendía pues confesó apenas saber leer. Bella, olvidados todos sus temores ante Bestia, se ofreció a enseñarle a leer con deleite y paciencia, de manera que a partir de aquel día fueron muchos los ratos que pasaron en la biblioteca, leyendo “El Rey Arturo” y “Romeo y Julieta”. Los recelos, los miedos y las dudas fueron poco a poco disipándose entre aventuras, risas y conversaciones entre ellos, ante la atenta mirada de los sirvientes del castillo y de los pétalos de la rosa cayendo poco a poco.
Así, fue cuestión de tiempo que ambos empezaran a compartir mucho más que la lectura en el día a día. Intercambiaban conversaciones corteses en todas las comidas, paseaban juntos entre los setos del jardín, jugaban en la nieve y bailaban juntos al son del piano. Bestia no podía creer lo que estaba sucediendo, pero allí estaba, y por primera vez en muchos años se estaba dedicando, simplemente, a vivir. Aquello era felicidad para él, pues estaba perdidamente enamorado.
***



Bella también era feliz. Si el primer día que pasó en el castillo de Bestia alguien le hubiera dicho que sería feliz leyendo novelas con él y disfrutando de su compañía, le habría tomado por loco. Sin embargo, así eran las cosas. Bella había descubierto que Bestia era mucho más que un ser monstruosamente peludo, con garras y dientes afilados y con ataques de ira repentinos, sino una persona dulce e ingenua, incluso cariñosa y atenta más allá de cualquier expectativa.
Pero había algo que le preocupaba: el padre al que había liberado como condición para permanecer en el castillo. Un día se atrevió a plantear sus temores a Bestia, y éste no pudo menos que ofrecerle su espejo mágico para que comprobara el estado de su padre. Bella pudo observar con preocupación cómo su padre, gravemente enfermo, intentaba buscar ayuda para rescatarla del castillo, pero los aldeanos lo tomaban por loco y no le hicieron caso. A pesar de ello, el anciano se aventuraba en el bosque por su cuenta, a pesar del temporal propio del invierno, con el objetivo de hacer todo lo posible por ayudar a su hija perdida.
El dolor atenazaba el corazón de Bella, y Bestia, que se estaba convirtiendo en todo un experto a la hora de entender lo que pasaba por la cabeza de ella, captó rápidamente el deseo de la joven que no se atrevía a verbalizar. El miedo regresó por un momento y encogió duramente el corazón de Bestia mientras tomaba la decisión que sentía correcta. ¿Era ese sentimiento al que se refería la hechicera cuando le maldijo? Sabía lo que tenía que hacer y, aunque el dolor era casi insoportable, lo hizo.
Bestia permitió que Bella se marchara del castillo, llevándose como único recuerdo de él el espejo mágico de plata. De esta manera, Bestia no podría tener jamás la tentación de volver a buscarla en el espejo, y la dejaría ir para siempre. La amaba, ahora lo sabía, pero los últimos pétalos de la rosa estaban cayendo y era tarde para él. Solo esperaba que no fuera tarde para el padre de Bella, y así ella podría ser feliz. ¿Fue acaso pretencioso por su parte creer que podría ser feliz junto a ella? Sería una bestia hasta el día de su muerte.
***
Bella encontró a su padre en el bosque antes de lo que pensaba, y gracias que fue así pues su estado de salud era bastante grave. Pronto lo llevó a su casa en la aldea, pero un acontecimiento imprevisto les esperaba allí, a las mismas puertas del hogar. Una congregación de aldeanos, liderados por el cazador Gastón, parecía que habían llegado a la conclusión de que el padre de Bella era una especie de amenaza pública, a consecuencia de las afirmaciones que había hecho recientemente sobre una bestia horrible que tenía encerrada a su hija en un castillo encantado. Y claro, lo más conveniente para todos sería encerrarlo en un sanatorio; eso sí, la voluntad de Bella o del propio anciano parecían contar bien poco.
Bella era una joven muy inteligente, y en seguida detectó que aquello apestaba a las artimañas de Gastón. El apuesto y engreído cazador se había propuesto casarse con Bella a toda costa, únicamente porque la consideraba la más hermosa de la villa y así poder exhibirla como uno más de sus trofeos de caza. Cuando pocas semanas antes le había exigido matrimonio, Bella fue demasiado educada deshaciéndose de Gastón, un hombre que tenía la desfachatez de pedirle en matrimonio sin siquiera molestarse en conocerla.
Por supuesto, no estaba equivocada, pues rápidamente Gastón acudía como un falso caballero de blanco corcel al rescate de la damisela en apuros: si Bella accedía a casarse con él, arreglaría el problemilla de su padre sin tener que pasar por el sanatorio. Obviamente, Bella se negó, y para demostrar que su padre no estaba loco como decían, mostró en el espejo mágico la figura de Bestia en el castillo. Sin embargo, las ignorantes gentes de la aldea reaccionaron de forma inesperada para ella, pues el terror que les inspiró el aspecto de Bestia les llevó a concluir que era necesario matarle a toda costa, con Gastón a la cabeza.
Mientras Bella y su padre eran encerrados en contra de su voluntad, la joven cayó en la cuenta de que llevaba tanto tiempo con Bestia, que había olvidado su aspecto y por ello lo había mostrado sin miedo. Ella sólo recordaba su bondad, su dulzura y sus atenciones, pero prácticamente habían quedado en el olvido la agresividad, la fealdad o la coacción. Sin embargo, tampoco es que tuviera mucho tiempo de pensar, pues su prioridad ahora era salir del sótano de su propia casa donde había sido encerrada, para poder avisar a Bestia de la turba que se dirigía al castillo con armas y antorchas. Cuando vio el bulto del invento de su padre, se dio cuenta de que había encontrado la solución.
***
Bestia apenas fue consciente de lo que pasaba, absorto como estaba mirando el último pétalo de la rosa a punto de caer, hasta que una flecha de Gastón estaba apuntándole directamente al corazón. Los aldeanos habían intentado tomar el castillo, pero los objetos encantados, lo habían defendido haciéndoles huir. Sin embargo, Gastón era un cazador experto y no se amilanaba por un par de plumeros voladores y un candelabro incendiario; él tenía una presa que cobrarse y así desquitarse de Bella. El instinto de supervivencia de Bestia fue más rápido que la flecha del cazador, de manera que el tiro fue a parar a su brazo sin llegar a ser fatídico.
Ese fue el primer paso de una danza peligrosa y mortal entre ambos en los tejados del castillo. El ansia de matar dominaba a Gastón, descargando sus frustraciones en la cacería de la que sería su obra maestra. Por el contrario, una débil defensa era la única motivación de Bestia, herido por la pérdida de Bella más que por las flechas o los golpes del cazador. Sin embargo, el grito de Bella desde abajo, llegando a galope tendido, fue suficiente para revitalizar a Bestia, de manera que las tornas cambiaron a su favor inesperadamente. Ella estaba preocupada por él; ella quería que él no sufriera daños; ella no le había olvidado. Por todo ello, él debía demostrarle que él tampoco podía ni quería olvidarla.
Gastón, viéndose la muerte a la cara por primera vez en toda su vida, perdió su arrogancia y su valor ante la fiereza de Bestia. Éste podría haber acabado con su vida fácilmente, pero no hacerlo le dio al cazador la oportunidad de jugar sucio clavándole un puñal en las entrañas. El destino quiso que Gastón resbalara en este preciso instante, cayendo del acantilado en que se encontraba el castillo, pero el daño ya estaba hecho y la herida de Bestia era realmente mortal. Sus energías fueron las suficientes para alcanzar la balconada de sus dependencias, donde un triste pétalo de rosa y una desconsolada Bella aguardaban su llegada.
***
Bella no quería aceptarlo, pero era evidente que el tiempo de Bestia en este mundo estaba dando a su fin. Sus palabras de consuelo se confundieron de manera que no supo si las decía para sí mismo o para él. Las lágrimas cubrieron sus mejillas al ver la sangre derramada sin remedio, entremezclándose con la fina lluvia que se iniciaba en aquel momento. Entre estertores, Bestia agradeció que Bella estuviera con él en aquellos últimos momentos, algo que le confesó que jamás pensó que merecería. Ella sentía que algo quería salir de su ser, pero las palabras se le resistían, y cuando por fin dijo que le amaba, ya era tarde. Bestia había muerto y el último pétalo de la rosa encantada cayó mientras su resplandor se desvanecía.
Las amargas lágrimas de Bella se vieron súbitamente interrumpidas, cuando un torrente de luces de colores envolvió el cuerpo de Bestia y, ante la atónita mirada de la joven, comenzó a transformar el desagradable aspecto en un rostro humano. La maldición se había roto, pese a todo lo que había sucedido, y poco a poco los habitantes del castillo dejaron de ser objetos encantados, las estancias recuperaron su color y las gárgolas pasaron a ser bellas esculturas de mármol blanco. Pero lo más sorprendente fue el pecho de aquel hombre que comenzó a respirar contra todo pronóstico, devolviéndole la vida al príncipe que antes había sido Bestia.
Él era ahora un hombre nuevo. Muchas cosas habían pasado desde que había recibido aquella maldición, pero ahora se preguntaba si realmente había sido tal. Ya no estaba sólo, ya no era arrogante, ya sabía que dejarse llevar por la ira no era la manera. Bella estaba con él y él estaba consigo mismo. El futuro se pintaba para ellos como un mundo diferente en el que, juntos, podrían ser felices. La besó tiernamente, tal y como había soñado durante todas las noches desde que la había conocido.
***
En el linde del bosque, frente al castillo, una sombra se ocultaba tras un viejo roble mientras observaba la transformación de Bestia desde la distancia. Se trataba de una anciana vestida con harapos y con un aspecto realmente horrible, portando en una mano un espejo mágico de plata y en la otra una bella rosa que emitía una tenue luz. A pesar de la fealdad de la anciana, en su rostro mostraba una bella, dulce y sincera sonrisa, que mantuvo hasta que desapareció en una nube de pétalos de rosa.


Dedicado a todos aquellos que, como yo, se ven reflejados en esta bella historia.

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