martes, 15 de mayo de 2012
La Bella y la Bestia
domingo, 8 de enero de 2012
El Mordisco
atiende a la manada en su cantar.
Deja que el lobo tome el control,
¡aúlla salvaje de pura emoción!
-Tenemos que atrapar a esa… “vergüenza” antes de que vuelva a hacer daño a alguien – dijo el licántropo de pelaje grisáceo con furia contenida.
-¿Atrapar? –respondió el grandullón desdeñoso, el de pelaje terroso – Niebla Gris, más bien tenemos que descuartizarlo. Ya ha causado demasiados problemas para ser uno sólo…
-¿Cuántos han sido, Montaña? –preguntó el tercero, mientras rebuscaba en sus saquillos y hacía tintinear sus abalorios de piedras, hojas y plumas- Nuestra Alpha me informó que habían muerto dos de los nuestros, pero he oído que ha habido muchos más muertos entre los humanos.
-¡Bah! ¡Humanos! –contestó Montaña, de nuevo desdeñoso - ¿A quién le importan cuántos hayan muerto? La cuestión es que no podemos dejar que ese salvaje vaya por ahí matando a nuestros camaradas. Hay que proteger a la manada.
-No podríamos estar más de acuerdo –repuso Niebla Gris-, pero tal vez a ellos si les importen los humanos y su sangrienta suerte–dijo mientras me señalaba a mí y a mi grupo.
-Si los asustáis más de lo que están, no nos serán de ninguna utilidad. Déjalo ya, Montaña –repuso el licántropo caoba, el de los abalorios.
El licántropo más grande enseñó sus colmillos en respuesta y gruñó agresivamente a sus compañeros intentando intimidarlos. Niebla Gris se encogió casi imperceptiblemente, pero el otro no se inmutó en absoluto, así que finalmente el licántropo terroso tuvo que calmarse antes de añadir:
-Viento de Luna, eres un aguafiestas. Ya podrías dejarme que al menos me relaje y me divierta un poco antes de lo que nos espera.
-Si quieres ser tú el que informe a nuestra Alpha de que todos los humanos que nos prestó para la cacería han muerto, me veré en la obligación de cederte el honor de hacerlo–añadió Viento de Luna mientras seguía revolviendo entre sus abalorios y saquillos distraídamente. Al parecer, sus palabras tuvieron el efecto esperado, porque Montaña hubiera palidecido de no impedirlo su pelaje, y el silencio cayó sobre el grupo desde entonces.
Mientras tanto, los cadáveres… digo, los humanos, que éramos nosotros, sí que estábamos aterrorizados. Seguro que algunos de nuestro grupo se estaban preguntando cómo habían acabado allí, como si de repente hubieran olvidado que ese licántropo fuera de control había masacrado a nuestras familias. Vivir en las tierras de los licántropos comporta ciertos riesgos y tenemos que asumirlos para evitar destinos más funestos. Sin embargo, ahora mismo hubiera dado lo que fuera porque mi familia y yo viviéramos en el exterior, libres de la “protección” de los lobos. Al menos ahora estarían vivos.
Nuestro grupo se iba internando en la espesura cada vez más, y dada la frondosidad de los bosques, la luz de la luna que antes nos bañaba, nos había dejado completamente a ciegas ahora. Por supuesto, los licántropos carecían de ese problema dado lo agudo de sus sentidos, y el trío lobuno avanzaba sigilosamente entre los árboles como sombras invisibles. Nosotros hacíamos lo que podíamos con nuestra mala visión, peor oído e inútil olfato, cargando con las pocas armas de que disponíamos para defendernos de la bestia a cuyo encuentro nos encaminábamos.
Ellos lo llamaban una “caza”, como no podía ser de otra manera; a fin de cuentas, son depredadores. Pero cada vez que oía que lo mencionaban, yo pensaba que el papel que jugábamos nosotros en aquella caza era el de “cebos”, para atraer a la presa a una trampa. Probablemente no estuviera equivocado, pero aún así, considerando el terrible monstruo que nos esperaba, podía llegar a comprender que los licántropos tomaran ese tipo de insensibles precauciones para sacar ventaja. No iba a ser una lucha fácil.
Se trataba de un Puro, como los propios licántropos los llaman. Bajo ese paradójico nombre, los lobos se refieren a aquellos licántropos que han perdido el control de su lobo interior, de manera que sus instintos más salvajes son los que dirigen su conducta y su poder se incrementa al máximo, llevando sus cuerpos hasta el límite. Y dichos instintos más salvajes tenían que ser asesinos: cualquiera que se cruce en su camino es un objetivo que matar; tal como lo habían sido nuestras familias.
Pero para los licántropos, un Puro es una lacra en su manada, un indicativo de que uno de los suyos no es lo suficientemente fuerte como para dominar al lobo interior, un peligro para el orden social que debe ser erradicado. De ahí la rápida intervención de la Alpha de la Luna Sangrante al enviar este grupo de caza, tres licántropos y nueve humanos, para dar muerte al Puro y acabar con la carnicería que la bestia había llevado a cabo en el barrio de la Cornisa. Sin embargo, el sangriento rastro de pistas que éste había dejado tras de sí, indicó que el Puro había abandonado la ciudad y se había internado en la floresta, dando comienzo la persecución.
Estaba ensimismado en mis pensamientos acerca de todas estas cosas en un intento de ignorar el dolor de la muerte de mis familiares, cuando choqué de frente con un cuerpo inmenso y peludo que se había detenido delante de mí sin que me hubiera dado cuenta. Me hubiera caído de bruces si un poderoso brazo con garras no me hubiera detenido a tiempo, acompañado de una aterradora mirada lobuna que me advertía de la necesidad de silencio para conservar la vida. Por el frío hielo de sus ojos, creo que se trataba de Niebla Gris.
Intenté poner todos mis sentidos alerta y evaluar la situación. Todo el grupo estaba ahora detenido, aunque a los licántropos apenas los detectaba salvo por Niebla Gris que seguía a mi lado. Mis compañeros humanos hacían lo posible para mantenerse en silencio sin demasiado éxito, pues armas y protecciones defensivas tintineaban incontrolablemente mecidas por el pánico; yo no era una excepción. Por otro lado, el ambiente se había enrarecido; había un olor profundamente desagradable que me hacia tener náuseas así como recordar la terrible visión de cuerpos destrozados en un baño de sangre. En ese punto, no sabía quién estaba cazando a quién, pero sí que tenía claro que el Puro estaba allí.
Los acontecimientos fueron muy rápidos. Empezó con los gritos de algunos de mis compañeros junto con desagradables sonidos de dientes que desgarraban la carne y la sangre que lo salpicaba todo. Unas garras inmensas se cernieron sobre mí antes de que pudiera siquiera parpadear, y perforaron mi piel y mi carne como si fuera mantequilla. Aunque mi fin parecía escrito, de alguna manera Niebla Gris me apartó de la bestia de un violento empujón y choqué contra un árbol, quedando aturdido unos segundos. Mientras tanto, el licántropo había sacado dos espadas cuyos filos refulgían en plata a pesar de la oscuridad reinante y se abalanzó sobre la bestia mientras lanzaba una plegaria a la Madre Luna.
Sin pararme a evaluar mis heridas y haciendo todo lo posible por ignorar el lacerante dolor de mi abdomen, me dispuse desenvainar mi daga curva, un arma en un estado lamentable pero la única de la que disponía para intentar defenderme. Sin embargo, antes de que hiciera nada, se oyeron cánticos y sonidos de abalorios, mientras Viento de Luna conjuraba una esfera de luz plateada, como la mismísima Luna, que surgió de entre sus dedos y se dirigió a una velocidad vertiginosa hacia un licántropo bañado en el carmesí de la sangre y con ojos rojos como rubíes de pura locura. Éste intentó esquivar el ritual, pero sólo consiguió evitar que le diera en el pecho, haciendo impacto por el contrario en su brazo, y provocando una explosión de luz plateada que se acompañó de un desgarrador aullido de dolor.
El ritual de Viento de Luna no sólo hizo que el Puro perdiera su brazo, que cayó como un peso muerto a la hierba, sino que iluminó una macabra escena que me paralizó de terror, mientras los pocos humanos supervivientes corrían y gritaban despavoridos perdiéndose en la espesura. Durante el resplandor del ritual que se iba apagando paulatinamente, pude observar como Montaña aprovechó el momento de guardia baja del enemigo para abalanzarse desde las ramas de los árboles donde se había mantenido oculto y utilizar sus poderosos músculos para inmovilizar a la bestia desbocada. Éste no tuvo tiempo de defenderse de la potente presa del inmenso licántropo, cuando las espadas plateadas de Niebla Gris, que un instante antes no estaba allí, se cruzaron sobre su garganta, seccionando la cabeza del Puro y finalizando de un golpe maestro la sangrienta batalla.
Con mi mano todavía sobre el mango de mi daga, me apoyé contra el tronco del árbol y me dejé caer exhausto cuando la oscuridad se cernía de nuevo sobre la zona. El dolor era insoportable y empecé a notar que la sangre se escapaba de mi abdomen, allí donde la bestia me había perforado con sus garras de muerte. Todo se volvió muy confuso a partir de ese momento, pues mi mente estaba completamente nublada y era incapaz de comprender nada de lo que sucedía a mi alrededor. Creo que oí voces guturales que hablaban acerca de mi inminente final y algo acerca de “una vida por otra”, pero la inconsciencia me reclamaba como salvadora del insoportable dolor que precedía a mi muerte.
***
Supe que algo no iba bien desde el primer momento en que desperté; o mejor dicho, que algo iba demasiado bien. Cuando mi mente se abrió a la conciencia, lo hizo con una intensidad y una potencia abrumadora, de manera que inmediatamente me encontré en plenas facultades como si jamás hubiera estado dormido o inconsciente. En seguida pude apercibirme de que mi mundo había cambiado, pues una ingente cantidad de nuevas sensaciones se agolpaban en mis sentidos: un abanico de aromas que antes nunca había siquiera soñado, un conjunto de sonidos casi imperceptibles que detectaba en orígenes lejanos, una cantidad de detalles y colores ante mis ojos jamás imaginada, la tenue brisa que entraba por la ventana meciendo suavemente mi pelaje… ¡Mi pelaje! Entonces lo comprendí: había dejado de ser humano, ahora era un licántropo.
-Me alegra saber que has despertado –una voz extrañamente conocida me sacó de mi estupefacción-. Dada tu condición, no estábamos seguros de que sobrevivirías al Mordisco.
La voz provenía de Viento de Luna. El licántropo caoba estaba de pie frente a la ventana sonriendo sólo como un lobo puede hacerlo, ataviado con sus abalorios de plumas, piedras preciosas y tallas de madera. Era tal y como le recordaba, pero no era el mismo para mí. En seguida detecté su aroma y, de algún modo, supe que sería capaz de identificarle a través de él independientemente de lo lejos que se encontrara. Una voz interior así me lo susurraba.
-¿El Mordisco? ¿Qué me ha pasado? – pregunté, claramente confundido, mientras miraba mis garras y mi pelaje ocre oscuro, como pálido recuerdo de mi cabello rubio ceniza.
-Estabas al borde de la muerte –respondió Viento de Luna sin inmutarse-. El Puro te había herido de gravedad, pero yo podía intentar salvarte. Y como líder de la cacería, decidí hacerlo. Sin embargo, mis rituales curativos no fueron suficientes para sanarte, así que te di el Mordisco.
-¿Tú me convertiste en licántropo? –de alguna manera, yo ya sabía la respuesta. No era capaz de explicarlo, pero había un vínculo que me unía con Viento de Luna; algo profundo y primitivo que por un lado me aterraba, y por el otro me creaba una seguridad inquebrantable.
-Así es –contestó seriamente-, tú y yo hemos intercambiado nuestra carne y nuestra sangre a través del Mordisco. Ahora eres uno más de la manada. Tú pasado como humano ha quedado mucho más atrás de lo que piensas. Ahora eres un lobezno de la Luna Sangrante, y estás bajo mi custodia y responsabilidad hasta que aprendas a ser un lobo adulto que pueda valerse por sí mismo. Es por ello, que soy tu maestro.
De alguna forma que me resultaba incapaz de explicar, sus palabras me inspiraban un respeto, una lealtad y una obediencia infinitas. Mi mente no lo entendía, pero mi instinto me decía que así es como debían ser las cosas. Yo era manada ahora; yo era un lobo. Me dejé guiar por mi lobo interior, que me decía que aquel licántropo era, de alguna forma, superior a mí en esta mi nueva vida como miembro de la manada, y que le debía la más absoluta entrega y fidelidad.
-Sí, maestro –la fórmula salió sola de mi boca, sumisamente, sin que la tuviera planeada. Inconscientemente había aceptado que aquella era la forma en que debía dirigirme a él, que era lo correcto, lo adecuado.
-Muy bien –Viento de Luna sonrió-, aprendes rápido. Me gusta. En cuanto te recuperes y puedas salir de la Casa de Curación, empezaremos con tu entrenamiento. Cuanto antes aprendas a dirigir al lobo interior, antes serás útil a la manada y a ti mismo.
-Creo que ya puedo empezar, maestro –respondí inmediatamente; la perspectiva de ser útil a la manada me resultaba increíblemente atractiva. Por otro lado, mi cuerpo estaba completamente recuperado a pesar de la gravedad de las heridas sufridas; al parecer era cierta la increíble capacidad de recuperación física de los licántropos. Sí, era peludo y tenía garras y colmillos, pero jamás en mi vida me había sentido tan bien… como formando parte de algo mucho más grande e importante que yo mismo. Por un momento, me apeteció saltar de la cama y salir a correr por el bosque y aullar a la luna, y lo hubiera hecho de no habérmelo impedido Viento de Luna con una simple mirada que parecía haber leído mis intenciones.
-Muy bien, sea –respondió el licántropo caoba mientras se daba la vuelta y salía de allí con pasos ágiles mientras sus abalorios tintineaban. Rápidamente, me vestí con unas ropas de cuero (para licántropo) que me habían preparado en un mueble cercano a la cama donde antes reposaba, y le seguí sin perder tiempo. De todos modos, aunque se fuera de mi vista, sabía que no podía perderle la pista jamás, pues su olor particular era inevitable para mí.
-Maestro, ¿qué sucedió finalmente con el Puro? –pregunté a sus velludas espaldas una vez que conseguí alcanzarle, ya a la salida de la Casa de Curación.
-Su cabeza reposa ahora a los pies de nuestra Alpha –dijo con profundo respeto, mientras un escalofrío recorría mi cuerpo a la mención de la líder de la manada-. Niebla Gris y Montaña tuvieron algunas heridas de poca importancia y, como ves, yo salí indemne –en ese momento hizo una pausa, y giró su cabeza para observar mi reacción-. En cuanto a los humanos, sólo cuatro de ellos sobrevivieron.
-Lo importante es que la bestia murió y los nuestros están bien, por el bien de la manada –fue mi respuesta automática-, pero me alegro que al menos cuatro de ellos se salvaran -. Un ligero pensamiento me llevó a pensar en mi familia humana y su cruel destino, pero el dolor que ello me producía parecía lejano, eclipsado por las nuevas emociones que la manada despertaba en mí. Por su parte, Viento de Luna sonrió.
-Yo también me alegro, no es bueno desperdiciar vidas para nada, aunque sean vidas humanas. ¿No lo crees así, lobezno? –y me dirigió una mirada elocuente.
-Una vida por otra, maestro –respondí, de pronto comprendiendo: un licántropo había muerto aquella noche, y otro había nacido para ocupar su lugar. La manada me necesitaba tanto como yo a ella.
-Me gustas, lobezno. Eres ágil de mente y aprendes rápido –dijo el licántropo-. Realmente espero que no pierdas el control como le sucedió a esa bestia, y así llegues a ganarte un lugar y un nombre propio en nuestra manada.
-Gracias, maestro – respondí respetuosamente. ¿Qué mejor halago se puede recibir de aquel que te ha dado la vida que la aceptación? Mi lobo interior estaba exultante de felicidad.
Cuando Viento de Luna abrió la puerta de la Casa de Curación y pude ver un brillante amanecer como nunca lo había visto antes, supe que aquel era el primer día de mi verdadera vida. Sentí mi cuerpo vibrar y el lobo interior saltaba de júbilo conmigo. Había perdido una familia, que ahora quedaba lejana en el tiempo, pero había ganado algo mucho mayor y más importante: una manada que lucha, vive y ama unida. ¿Cómo estar triste cuando has renacido en una nueva vida llena de increíbles sorpresas por descubrir? Tal vez hubiera tiempo para recordar los dolores del pasado, pero ese momento no era ahora, en absoluto.
Así que hice lo que un licántropo debe hacer para expresar la alegría infinita de la vida: aullé, aullé fuerte e intensamente, ¡aullé salvaje de pura emoción!
lunes, 10 de octubre de 2011
Bleeding for you - Capítulo 1: Una vida que no es la mía
¿Alguna vez os habéis sentido como si vuestra vida no fuera vuestra? Una sensación extraña como si estuvierais fuera de vuestro cuerpo, viéndoos actuar día tras día pero sin llegar a comprender por qué hacéis las cosas que hacéis, por qué decís lo que decís. Para mi es una sensación tan habitual que ha llegado a aburrirme su presencia; siempre ahí, incordiando. Mientras los niños de mi colegio jugaban en el patio, yo intentaba reconciliar mi mente con mi cuerpo sin mucho éxito. Llegó un punto en que dejó de importarme esto, me acostumbré a ello como si a otros les pasara lo mismo. Pero sé que no les pasaba, o si no, no hubieran dicho que estaba loco cuando lo planteaba, así que dejé de hacerlo e incluso lo olvidé.
Exceptuando ese oportunamente olvidado detalle, mi vida ha sido de lo más común en un joven londinense. Viví en el típico barrio de las afueras en el que nada te puede pasar siempre que conozcas a las personas adecuadas. Mi familia se reducía a mi abuela y a mí, ya que mis padres murieron en un accidente de tráfico cuando era un niño. Podemos saltarnos el momento trágico donde la vida de un tierno infante se ve truncada por la fatalidad de la cruda realidad ¿no? Gracias por vuestra consideración.
Tenía amigos en el colegio (o algo así) y luego cambiaron en el instituto. Cosas de la vida que le pasan a todo el mundo. Tonteé con todas las chicas que me dejaron acercarme lo suficiente con mi cara llena de acné y mis deseos de dejar atrás el mito de la virginidad adolescente. Digamos que salí indemne de todo ello y de alguna manera que jamás pude comprender, acabé en la universidad estudiando arquitectura. Fue el último deseo de mi abuela antes de morir, otro melodramático detalle que me tomé la licencia de pasar por alto comentar.
En el London College conocí a mi actual pandilla de amigos. Os los presentaré porque actualmente son la parte más importante de mi vida, si es que se puede llamar así. Primero está Larami, la chica perfecta: perfecta en los estudios, perfecta en las relaciones sociales, perfecta en su físico, perfecta en todo lo que se propone, perfecta, perfecta y perfecta. Si no tuviera tan buen corazón, sería insoportable. Después está Brandon, alto y delgaducho, gracioso hasta la hilaridad (en su modesta opinión) pero fiel como un perro… bien mirado, esta descripción no le deja en muy buen lugar. Por último está Dan, musculoso como un armario, deportista nato (en especial el fútbol, pero no le hace ascos a nada), incisivo en sus comentarios aunque serio como un poste telefónico. Luego estoy yo, el chico que es incapaz de reconocer su vida como propia.
Lo más extraño de todo es que justo en el momento en que empecé a morir (ya sabéis, volviendo al presente), es cuando realmente empecé a sentirme vivo de verdad. Una mezcla entre alivio y excitación recorrió mi cuerpo como si éste me hablara: esta es tu verdadera vida Patrick. Absurdo, porque entonces mi vida sería la muerte, incongruente por definición. Tal vez si repaso lo que sucedió en los últimos días, podáis entender como acabé desangrándome en un callejón cerca del Támesis y de dónde viene tanta rallada mental. O tal vez acabéis tan confusos como yo, decidáis ir a dar un paseo y éste sea el último.
Sí, yo soy el sarcástico del grupo.
martes, 19 de octubre de 2010
Bleeding for you - Prólogo
Estaba sangrando. Tenía un mordisco que perforaba la mayor parte de mi costado izquierdo, peligrosamente cerca del corazón a juzgar por el flujo continuo de vida que escapaba de la herida. Sabía que iba a morir, era justo lo que me habían advertido, tanto la pitonisa friki aquella como el loco de Freddy el vagabundo, que acabaría perdiendo la vida por una estupidez. ¿Creéis que escuché esas advertencias? Por supuesto que no, sino no me encontraría en esta situación. Me limité a pensar que la cosa no iba conmigo, que esas “señales del destino” eran pura patraña… hasta que pasan factura.
La niebla de Londres nunca me había asustado lo más mínimo, y un paseo nocturno siempre me resultaba estimulante más que aterrador. Aquella noche decidí que esa era la mejor forma de aclararme las ideas y llegar a alguna conclusión sobre lo que estaba pasando y que ya no podía dejar de ignorar. Quién me diría a mí que sería la conclusión la que me encontraría a mí; o que aquel sería mi último vagabundeo a la orilla del Támesis; o que dedicaría mis últimos instantes de consciencia a pensar en mi prodigiosa estupidez. Podría pensar en mi atacante, que parecía relamerse y degustar mi sangre y carne como si fuera un plato digno del restaurante más snob. Pero mis ojos ya comenzaban a cerrarse…
Tal vez este es un buen momento para volver atrás en el tiempo y contar cómo llegué a esta situación tan delicada ¿no? Total, si cuando vas a morir ves pasar tu vida ante tus ojos, ¿no podría ralentizar un poco la película en los momentos más interesantes? Sea lo que sea que me espere, puede esperar un poco más…
martes, 12 de octubre de 2010
El robo
Había sido una tarde agradable. La teteria era un lugar realmente cómodo, perfecto para una cita como aquella: tenue luz de velas, velos semitransparentes, mullidos cojines estampados… Ofrecía la intimidad y la magia necesarias para hacer de la velada algo inolvidable. O, al menos, así debería ser.
La conversación había sido bastante interesante, jamás decayendo mientras chapoteaba de un tema a otro, muchas veces por asociaciones de lo más curiosas. A veces salpicaba risas y sonrisas; en otras cuestiones más serias, transmitía un aire circunspecto. Se alternaba con pequeños sorbos de un pakistaní a la canela y un Earl Grey con leche y unas galletas de jengibre y frutos secos. Aparentemente, perfecto.
Pero ya iba siendo hora de mostrar las últimas cartas, las jugadas más elaboradas y siniestras que se habían ido deslizando y tejiendo durante aquella tarde. La cuerda había sido estirada y recogida muchas veces, esperando que el pez picara por fin, y había llegado el momento de usar el cebo más apetecible. El que no arriesga, no gana; y yo tenía ganas de apostar.
-Me temo que no puedo quedarme más –dejé caer repentinamente mientras miraba mi reloj de pulsera con fingida aprehensión.
-¿Ya? ¿Tan pronto? –preguntó él, sorprendido… incluso decepcionado. Esa era una muy buena señal.
-Sí, lo siento… -comenté, apenado- Mañana tengo unos compromisos que atender y…
-¿No puedes quedarte un poco más? –pidió con ojos brillantes. Parecía que aquello iba a ser mucho más sencillo de lo esperado. Después de lo inaccesible que se mostraba, me sorprendió… pero no dejé entreverlo, por supuesto. En cambio, fingí pensármelo, como si valorara opciones.
-Está bien –repuse-, pero con una condición –e introduje una oportuna sonrisa. El alivio y la curiosidad eran patentes en su rostro. Casi sin que se diera cuenta, me había acercado a él un poco más.
-¿Qué condición? –preguntó finalmente, incapaz de soportar mi silencio por más tiempo. Pensé en ese momento que yo no era el único que estaba jugando, pero no me importó en absoluto; así era más divertido. Perfecto, así que me lancé.
-¿Puedo robarte un beso?
Lo solté a bocajarro; ese es mi estilo. Pero para cuando lo dije, ya estaba prácticamente pegado a él, demasiado cerca como para resultar del todo cómodo pero demasiado lejos para cumplir mi demanda: la distancia perfecta. Mi mano se deslizó hacia la suya, y le noté agitado, como yo mismo intentaba ocultar que estaba (probablemente no demasiado bien). Sus ojos estaban clavados en los míos y su boca semiabierta parecía no saber qué decir… o qué hacer. No me apartó de golpe, así que me atreví a seguir forzando la tuerca un poco más.
-Si no me marcho ahora, no seré capaz de controlarme más y acabaré por besarte –confesé. Puede parecer una táctica, y en parte lo era… pero en parte también era la pura verdad.
En estos momentos, mi aliento ya rozaba sus labios al tiempo que yo sentía su respiración cada vez más agitada, a pesar de seguir inmóvil. Me atreví a ir algo más allá al apretar con mi mano la suya y al alzar la otra para acariciar suavemente su rostro. Las velas titilaban a nuestro alrededor, expectantes como nosotros.
Un torrente de emociones me sobrevino cuando fue él quién me robó el beso a mí. Por fin, aquello iba llegando a algún sitio; por fin había dado él aquel paso. Me entregué como nunca a la pasión, al placer y al amor, después de tanto tiempo intentando acceder a ese corazón de hielo. Parecía que había conseguido abrirme paso definitivamente, pero a pesar de su importancia, no era algo en lo que en ese instante pudiera pensar precisamente...